martes, 17 de noviembre de 2020

Vacunas: ¿Quién da más?


 En la publicación anterior ya hablé de cómo la vacunación es la única forma de conseguir la inmunidad colectiva y por tanto la única manera de combatir una pandemia como la que nos está azotando.

La situación tan desastrosa que estamos viviendo por culpa de un virus ha hecho que varios laboratorios de todo el mundo se hayan puesto manos a la obra para elaborar la(s) vacuna(s) que nos saque(n) del atolladero.

Hay muchos tipos de vacunas y maneras de obtenerlas. Que nadie se me asuste que no voy a explicar en qué consisten, pero sí conviene saber que, dependiendo de esas técnicas empleadas, la vacuna va a ser diferente en su comportamiento y en su efectividad, aunque todas tienen el mismo objetivo: activar nuestro sistema inmune para que produzca defensas contra un agente infeccioso (virus o bacterias). 

Hay vacunas que solo protegen de los síntomas; este es el caso de la vacuna de la difteria o la del tétanos. Tanto en una como en otra, las bacterias responsables de estas enfermedades pueden invadir nuestro organismo si nos infectamos, pero no nos enteramos porque las defensas creadas por la vacuna previa, evitan que desarrollemos sintomatología. Las bacterias andan por ahí, llegan hasta nosotros, pero… no pasa nada. Se dice de este tipo de vacunas que no son esterilizantes o, lo que es lo mismo, que son imperfectas.

La mayoría de las vacunas son de este tipo, imperfectas, pero, ojo, que nadie se lleve a engaño con el término porque que una vacuna sea imperfecta no quiere decir que sea insegura; son cosas completamente distintas.

En el caso de las vacunas no esterilizantes puede ocurrir lo mismo que en la llamada inmunidad natural (la inmunidad que alguien tiene cuando ha pasado la enfermedad de manera espontánea al contagiarse): el agente infeccioso puede volver a ingresar en el organismo y multiplicarse. Si esto ocurre, el afectado no desarrolla la enfermedad porque su sistema inmune reacciona (ya está preparado por la vacuna o por haber pasado la enfermedad) pero sí puede ser portador de una carga vírica/bacteriana importante que le permite contagiar y enfermar a otros que no tienen las defensas adecuadas.

En otro apartado especial están las vacunas completas o perfectas, o sea, las guays; son aquellas que además de impedir que desarrollemos la enfermedad, protegen y evitan la multiplicación del virus (además estimulan la inmunidad celular que es la súper chachi entre los diferentes niveles a la hora de defenderse de una infección). Es decir, las vacunas perfectas no solo evitan la enfermedad, también protegen del contagio.

Ni que decir tiene que este tipo de vacunas necesitan mucho curro y no se obtienen de un día para otro. Se tarda mogollón en conseguirlas.

Todas las vacunas, perfectas o imperfectas, deben pasar una serie de protocolos de experimentación, sí o sí, con pandemia presente o sin ella. Es cierto que ahora mismo, ante la situación tan chunga, los protocolos se han acortado, pero que nadie piense que eso implica menos seguridad, eso nunca, lo que sí puede afectar es a la eficacia.

Antes de este coronavirus maldito, se exigían determinados parámetros de eficacia para dar por válida una vacuna. La OMS, y dado lo mal que lo están pasando los sistemas sanitarios de todo el mundo, ha bajado mucho el listón en este aspecto. Ahora mismo, la OMS daría el visto bueno a una vacuna que produjera síntomas pero que fueran leves y se pudieran pasar en el domicilio, sin necesidad de ingresar en un hospital. Así estamos de necesitados.

Por lo tanto, entre las vacunas también hay clases y algunas son más chachis que otras, pero ¿cómo está la cosa con la Covid-19? La cosa está… ¡que arde!

Hay una carrera desenfrenada por ser el primero en lanzar al mercado la vacuna contra el coronavirus y, hasta cierto punto es lógico, porque los laboratorios farmacéuticos no son ONGs y, además de dar un servicio sanitario, también buscan ganar dinero. Es así, y por mucho que nos tiremos de los pelos, no va a cambiar el sistema.

Pero no debemos olvidar que esto es una carrera de fondo: no importa tanto quién llega el primero, como la forma de llegar y en qué condiciones. O lo que es lo mismo: la mejor vacuna no va a ser la primera en estar disponible, esa llegará más adelante (recordad: las vacunas guays tienen mucho curro y no se ganó Zamora en una hora). Puede que las primeras sean las más llamativas, pero no las mejores.

Ahora mismo hay más de treinta vacunas para la Covid-19 en diferentes fases de experimentación, once de ellas en el tramo final de la última fase, o lo que es lo mismo, a punto de comercializarse. Vamos a hacer un repasito rápido sobre las principales (les pongo el nombre del laboratorio que se encarga de cada una).

Pfizer. Esta vacuna es posible que pase a la historia de la ciencia como la posible primera vacuna en ser utilizada por la población en general. Y si pongo “posible” es porque todavía no está en el mercado ya que aún no ha terminado la última fase de experimentación. El comunicado de prensa que hizo un ejecutivo de la empresa farmacéutica disparó todos los noticiarios y algunos hasta dejaron de seguir las normas de seguridad contra el contagio creyendo que solo con la noticia ya estábamos todos inmunizados. De locos.

La noticia es esperanzadora, pero aún es pronto para echar las campanas al vuelo. Yo creo que la reacción desmedida por parte de todos se basa en que estamos muy necesitados de buenas noticias; queremos ver un rayito de luz y Pzifer nos lo ha dado, aunque puede que no sea para tanto.

La vacuna se basa en un sistema original, innovador y muy “efectivo” (92%). Pero esto es lo que nos han contado los medios de comunicación del laboratorio porque los organismos independientes (y para mí más imparciales) que vigilan todos los procesos no pueden decir ni pío ya que los silencia un contrato de confidencialidad para no desvelar detalles que la competencia podría utilizar.

Este sistema se basa en crear un ARN mensajero (ARNm) que lleva cierta información del virus (la que se encarga de crear una parte de la cubierta proteica o corona, y que utiliza para ingresar en la célula a la que ataca). Cuando este ARNm llega a nuestras células, estas fabrican esa parte y el sistema inmune se activa para cargársela. Si hay un contagio, el individuo ya está preparado y se carga al virus con todas las de la ley.

El sistema es innovador y muy “fácil” de realizar, por eso han tardado tan poco tiempo en hacer algo así. Lo complicado es tener la idea, pero esa ya estaba en la cabecita de los dos científicos padres de esta vacuna (un matrimonio, por cierto, y del que hablaré en otra publicación) que andaban dándole vueltas al tema cuando investigaban tratamientos contra el cáncer.

Puede que la vacuna sea lo efectiva que dicen, y de momento nos tenemos que fiar de que lo que “dicen”, porque , y ahí reside la suspicacia de muchos, no hay nada publicado en las revistas científicas, que es el lugar donde se tienen que contar estas cosas y no en un comunicado de prensa.

A mi modo de ver, y suspicacias aparte, el sistema del ARNm es innovador (y puede que hasta efectivo), pero tiene un grave inconveniente: el material se degrada con facilidad y los preparados deben guardarse a temperaturas muy bajas cercanas a los ochenta grados bajo cero. Esto es un problema importante porque los aparatos que alcanzan esas temperaturas no los tienen casi ningún centro hospitalario (aún menos los centros de salud); los ultracongeladores suelen estar en laboratorios específicos y no abundan. Con esta cláusula de conservación la vacuna no llega a África ni de coña.

De cuánto dura la inmunidad aún no se sabe nada, o solo se sabe que dura tres meses por lo menos que es lo que lleva el primer voluntario inyectado y que aún conserva defensas. Este dato es el que más tarda en saberse porque hay que dejar pasar el tiempo y comprobar qué pasa.

Moderna. Este laboratorio también emplea la técnica del ARNm, pero parece ser que consigue que el producto resultante aguante a temperaturas más altas (2-8 grados), algo que sería más manejable. Al igual que la vacuna de Pfizer, no hay publicaciones científicas aún, así que nos tendremos que fiar de lo que nos cuenta el gabinete de prensa del laboratorio. No hay otra.

Astrazeneca, Johnson & Johnson, Novarax. Estos laboratorios no emplean ARNm, pero también se basan en activar el sistema inmune con una parte de la corona del virus. Al igual que los anteriores, están en la última fase de experimentación y es cuestión de semanas que salgan a la luz para la distribución general.

Gamaleya. Este no es un laboratorio farmacéutico sino un centro de investigación ruso. En sus laboratorios se ha creado otra vacuna a la que le han puesto nombre y todo, Sputnik V. Casi todos los datos que sabemos de ella nos han llegado también a través de ruedas de prensa, incluso del presidente Putin (este se vino arriba en un arrebato patriótico y dijo que daba una inmunidad de dos años, algo que solo puede saber porque lo vio en una bola de cristal o porque iba hasta arriba de vodka). En este caso, también se han publicado datos en una revista científica de prestigio, The Lancet; pero (siempre hay un pero) los datos publicados se refieren a los obtenidos en las fases preliminares del estudio, es decir, cuando la población estudiada se trata de muy pocos individuos (menos de 50-100), por lo que las conclusiones hay que cogerlas con prevención ya que el peso estadístico es bajo.

De momento, estas son las vacunas que parece se pondrán al alcance de la población. Serán las primeras, pero no las mejores, aunque la cosa no está para ponernos exquisitos y habrá que aguantarse.

Hay otras vacunas que están en fases iniciales de desarrollo porque los laboratorios que están con ellas buscan la perfección, es decir, que esas vacunas nos protejan a todos los niveles: no pillar la enfermedad y no contagiar al vecino. En este grupo se encuentra el equipo del investigador Luis Enjuanes que, desde el Centro Nacional de Biotecnología del CSIC, está desarrollando una vacuna con todo el virus; nada de un trocito, todo entero, sí señor, con un par. Los españoles cuando nos ponemos, nos ponemos y lo hacemos a conciencia, aunque eso nos lleve más tiempo. Posiblemente este equipo de virólogos nos dará buenas noticias a finales del año que viene.

Y este es el panorama que tenemos. En cualquier caso, habrá que resistir hasta que esto se controle del todo, aunque para eso aún queda, así que debemos resignarnos, después de todo la paciencia es también madre de la ciencia.



jueves, 5 de noviembre de 2020

Vacunación, un ejercicio de responsabilidad social


Ahora que la pandemia de Covid-19 nos ha vuelto del revés, ahora que nuestra forma de vivir se ha visto trastocada, ahora es cuando ha salido a relucir lo mejor y lo peor de cada uno.

No soy psicóloga ni socióloga, pero intuyo que esos especialistas deben de estar fascinados con los comportamientos que están saliendo a la luz. Desde los derrotistas que, en una psicosis paranoica por enfermar, creen que esto es el fin del mundo, hasta los negacionistas que, en una actitud infantil, rechazan la evidencia de una realidad que no les gusta; en esta pandemia cada uno muestra de qué pasta está hecho.

Mucho se habla de solidaridad, de responsabilidad ciudadana y de otros valores humanos y excelsos, pero realmente lo que impera es el desconcierto por culpa de los vaivenes en las decisiones de las autoridades sanitarias («donde dije digo, digo Diego») y por culpa de la ineptitud de los gobernantes que solo saben criticar lo que hace el del otro partido («tú lo estás haciendo fatal», «pues anda que tú»). Con este panorama tan desolador, lo que predomina es la idea de «sálvese quien pueda y tonto el último». La cosa no está para solidaridades ni empatías con el prójimo.

Uno de los principales problemas de la extensión de la enfermedad ha sido lo altamente contagiosa que es y, al pillarnos a todos vírgenes de defensas contra el virus nuevo, se ha liado parda. Muchos han dicho que esto es cuestión de paciencia, que poco a poco, todos iremos tomando contacto con el virus y desarrollaremos protección, de manera que al contagiarnos entre nosotros el problema remitirá cuando tengamos la llamada inmunidad de grupo o colectiva.

En principio este razonamiento tiene su lógica, pero esperar a que esto ocurra de manera natural es echarle muchos años y… esperar en vano. La inmunidad colectiva no se obtiene naturalmente, NINGUNA enfermedad infecciosa ha sido erradicada, ni siquiera atenuada, mediante esta inmunidad de grupo o colectiva obtenida de manera natural.

Ya hablé en su momento de los mecanismos de las vacunas, y mucho antes de que apareciera este maldito virus del demonio (Vacunarse o no vacunarse ¿es esa la cuestión?), pero, dada la estulticia de algunos con estos temas, tengo que volver a insistir porque para que la inmunidad de grupo aparezca es necesaria la vacunación. Lo siento por los antivacunas, pero es lo que hay. Y no es que lo diga yo; lo dicen los datos, además, unos datos que no son fruto de la rapidez y cierta improvisación como los que ahora escuchamos a cuenta de la pandemia, son cifras obtenidas a lo largo de muchos años y de estudios más que contrastados

La viruela se ha erradicado del planeta tras campañas y campañas de vacunación; tres cuartos de lo mismo pasa con la polio que se considera erradicada casi de facto (tan solo hay casos en Afganistán y Pakistán). Hay otras enfermedades que se consideran eliminadas en vastos territorios, por ejemplo, el sarampión está erradicado en España. Algo parecido ocurre con la difteria o la tos ferina, enfermedades gravísimas, que no tienen incidencia en países desarrollados gracias a la vacuna triple bacteriana (VTB). En el caso de la difteria (y el tétanos), conviene aclarar para los puristas que la erradicación nunca será posible porque el tipo de vacuna no evita la infección, lo que provoca es que no aparezcan los síntomas y por tanto no se produce enfermedad, pero la bacteria sigue existiendo entre nosotros e incluso, dentro de nosotros.

En estos casos donde la erradicación es parcial, si viene alguien contagiado de un país donde no se vacuna contra estas enfermedades, podría darse la situación de que infectara a alguien a quien la vacuna no ha protegido completamente (hay individuos que no responden al cien por cien con las vacunas, bien por su endeble sistema inmune que no reacciona o porque simplemente se desaconseja la vacunación), pero es difícil, porque la mayoría de la población está protegida y sirve de escudo ante ese pequeño porcentaje que no tiene defensas. En cualquier caso, si aun así esto ocurriera, no aparecen brotes que haga mayor la probabilidad de que más población frágil enferme y, por tanto, la enfermedad NO SE EXTIENDE.

Y aquí viene lo más importante de la inmunidad colectiva: evita que una enfermedad se extienda y así es como protege a los vulnerables porque la probabilidad de que llegue el agente infeccioso a quien está desprotegido es muy pequeña.

La inmunidad colectiva protege a la sociedad, incluyendo a los más débiles; si alguien es vulnerable o susceptible de enfermar, la sociedad lo evita, lo protege. O lo que es lo mismo: YO ME VACUNO Y TÚ NO ENFERMAS.

Este es un concepto difícil de entender. Aún hay gente que se pone la mascarilla higiénica solo porque cree que se protege a sí misma, pero no, con esa mascarilla uno está protegiendo a los demás. Son los demás, al ponerse la mascarilla ellos, cuando le protegen a uno. Y en este intercambio de protección, en este especial «no eres tú, soy yo» debemos estar todos a una, de lo contrario la cosa no funciona.

Con la vacunación pasa algo parecido a lo de las mascarillas. Si yo me vacuno no solo evito que yo pueda tener una enfermedad, aunque pasar esa enfermedad no suponga un peligro especial para mí, porque estoy fuerte, porque tengo una buena constitución física, o por lo que sea (aunque con este coronavirus, que tire la primera piedra quien se vea libre de complicaciones). Si yo me vacuno, evito enfermar y, a la vez, reducir o evitar (este matiz ya depende del tipo de vacuna) el contagio a otros que sí pueden pasarlo mal, bien porque la vacuna en ellos no es totalmente efectiva (por los motivos enumerados más arriba), bien porque enfermedades previas los ponen en la diana a pesar de todo.

Este ejercicio de solidaridad colectiva es difícil de entender por algunos que no saben ver más allá de su propio ombligo. Estos meses estamos viendo comportamientos vergonzosos donde gente sin escrúpulos ni vergüenza torera acude a fiestas multitudinarias porque no son capaces de renunciar a su propio bienestar (un bienestar superfluo como es el de tomarse unas copas y bailar, algo que muestra qué escala de valores tiene esta gentuza). Pero, quizás a estos insolidarios egoístas habría que recordarles que si el género Homo, al que pertenecen ellos también, aunque no lo parezca, sobrevivió en sus orígenes a pesar de estar rodeado de especies mucho más agresivas y fuertes, lo hizo gracias a una peculiaridad que lo ayudó a superar o a contrarrestar sus muchas carencias: vivir en sociedad.

Gracias a la cooperación social, nuestros ancestros sobrevivieron. Mientras unos se dedicaban a cazar para suministrar alimento a la tribu, otros se centraban en recolectar plantas útiles para curar dolencias y otros, que no podían ni cazar ni andar grandes distancias para la recolección silvestre, se ocupaban de cuidar las crías, los retoños de los demás y así asegurar la propagación de la prole, ser más numerosos y estar mejor preparados para enfrentarse a un potencial enemigo.

Pero esto con el tiempo ha ido desvirtuándose, a medida que la supervivencia se ha ido asegurando nos hemos olvidado de la base de nuestra conservación como especie, hasta el punto de creer que nos bastamos solos, que no necesitamos de los demás, e incluso que solos nos irá mejor, pero no es así.

 Vivimos tiempos convulsos que ponen de manifiesto cuán frágiles somos y retomar el viejo axioma de que el grupo unido tiene más posibilidad de sobrevivir es difícil de entender. Quizás los derrotistas tengan algo de razón y no seamos capaces de salir de esta, en cuyo caso la culpa no será de un virus sino de nuestro propio egoísmo o simplemente de nuestra propia estupidez, en cuyo caso, desaparecer es lo que nos merecemos.