lunes, 12 de octubre de 2020

Perros en la nieve: animales que salvan vidas


 

Hace unos meses hablé de una expedición que llevó la vacuna de la viruela a América (Expedición Balmis), en aquella ocasión los héroes, aparte de los propios expedicionarios, fueron unos niños que sirvieron de reservorios naturales de la preciada vacuna. Hoy voy a hablar de otra expedición, o aventura, en la que los héroes fueron perros, unos animales que contribuyeron a salvar vidas de manera heroica y excepcional.

Los perros protagonistas de esta publicación participaron en la llamada Gran carrera de la misericordia. Esta carrera fue singular pues en ella no se competía por ganar ningún trofeo, al menos un trofeo material, sino por llevar el remedio cuanto antes hasta una población en lo más recóndito de Alaska donde se había declarado una epidemia de difteria.

Antes de seguir con estos perros héroes, un breve apunte sobre la difteria y su vacuna.

La difteria es una enfermedad causada por la toxina que produce la bacteria Corynebacterium diphtheriae. Cuando la bacteria infecta a una persona, libera la toxina que provoca lesiones en la piel muy dolorosas y sobre todo inflamación de las mucosas, especialmente en garganta y vías respiratorias, lo que, en los casos más graves, ocasiona la muerte por asfixia.

Ahora esta enfermedad se combate mediante la vacuna triple DTP donde se combinan tres toxoides (toxinas atenuadas que no provocan enfermedad, pero sí anticuerpos) para tres enfermedades bacterianas (difteria, tétanos y tos ferina). En la época a la que me voy a referir, la vacuna de la difteria consistía en una antitoxina, es decir, una especie de anticuerpo que bloqueaba la toxina de la difteria y que evitaba el desarrollo de la enfermedad igualmente.

Corría el mes de enero de 1925 y en Nome, un pueblecito perdido en la parte más septentrional de Alaska y muy cerca del círculo polar ártico, se desata una epidemia de difteria. Algunos niños, los más vulnerables a la enfermedad, mueren y el médico de la zona da la voz de alarma. Aquello puede ser un desastre si no se pone remedio. Intenta paliar la que se viene encima con unas dosis de antitoxina diftérica que les da un hospital relativamente cercano, pero las dosis están caducadas y el efecto es nulo. Hay que llevar la antitoxina a Nome porque, visto lo visto, se espera una mortalidad del 100%, es decir, cada persona que se contagie ya se puede dar por muerta.

El problema, además de la enfermedad, era que estaban en pleno invierno, y el clima cerca del círculo polar ártico no es lo que se dice precisamente benigno. Temperaturas medias de 46 grados bajo cero convertían los ríos en hielo y hacían imposible navegar a los barcos; los fuertes vientos, sumados a las pocas horas de luz, hacían imposible volar a los aviones. Así que ¿cómo llegar hasta Nome, tan al norte y tan lejos y tan en peligro? Pues en trineos tirados por perros.

El trayecto a recorrer sería desde Nenana, donde sí habían podido recalar otros transportes más rápidos y con el preciado cargamento, hasta Nome. La distancia entre estas dos localidades era de 1085 kilómetros, nada más y nada menos. Encima, la ruta atravesaba parajes helados, con vientos fortísimos, tormentas de nieve donde la visibilidad era nula la mayoría de las veces y con un frío del carajo. Además, y, por si fuera poco, había que llegar lo antes posible porque cada día que pasaba se cobraba nuevas vidas en aquel lugar perdido de Alaska.

Desde los servicios públicos de salud se instó a convocar a los mejores conductores de trineos, mushers los llaman los entendidos, para que con sus perros adiestrados pudieran llevar, mediante un servicio de postas, la antitoxina hasta Nome. Se presentaron los mejores, entre los que abundaban nativos de Alaska y atapascos (un pueblo indio que habitaba amplias zonas de Norteamérica). Pero también se presentaron otros conductores de raza blanca y que, al final, fueron los que pasaron a la posteridad con nombre y apellidos.

Entre estos últimos se encontraba Wild Bill Shannon, que fue el que inició el trayecto, aunque hay que destacar la labor del noruego Leonhard Seppala, un empleado de una empresa de la zona. Este hombre tenía sus propios perros adiestrados por él mismo y era conocido por haber ganado alguna que otra competición de importancia en carreras de trineos.

Hay que señalar, para los profanos en esto de los trineos, o sea, para la mayoría de los que estáis leyendo esto, que un trineo con perros, o mushing, es un vehículo con esquíes o cuchillas tirado por varios perros, el número puede variar, pero siempre, y esto es lo más importante, la eficacia del mismo dependerá del conductor y del perro guía o líder del grupo de animales que tiran de él. Las razas más habituales para este tipo de transporte son: perros esquimales, huskies, siberianos y samoyedos.

Volvamos con Seppala y sus perros. Este señor se hizo casi la mitad del recorrido total, su perro líder se llamaba Togo y era un Seppala noruego (lo de que la raza se llame igual que el dueño y su nacionalidad creo que es porque este señor crió su propia raza de perros cruzando otras ya reconocidas, pero como no entiendo de perros no sé si es realmente así, de hecho, he visto fotos y a mí me parece un husky). Seppala, Togo y demás perros llevaron la antitoxina diftérica por la parte más peliaguda del recorrido, incluyendo un atajo que, como todo atajo, tuvo su trabajo. Atravesó colinas heladas donde los perros apenas podían agarrar sus patas al suelo, lugares donde la velocidad del viento, 110 km/h, causaba una sensación térmica de más de setenta grados bajo cero. Y todo esto en un tiempo récord pues empleó tres días.

Leonhard Seppala y Togo

Seppala pasó el testigo de la carrera, y la antitoxina diftérica, a Charlie Olsen. Olsen se perdió y tuvo quemaduras muy graves causadas por la temperatura heladora. Cuando llegó a una de las postas, estaba bastante fastidiado y tuvo que dejar que otro colega, Gunnar Kaasen, siguiera la ruta. Gunnar también tenía su propio perro líder en su grupo de perros que se llamaba Balto, un husky siberiano. Conductor, perro líder y demás canes, realizaron la última parte del trayecto enfrentándose también a múltiples peligros, de hecho, el trineo llegó a volcar y casi se pierden los viales con la antitoxina ―Kaasen a punto estuvo de perder las manos por congelación al intentar recuperar las muestras entre la nieve―. Finalmente, Bolto y su equipo llegaron a su destino con la preciada carga incólume. La población de Nome y alrededores recibieron el remedio y se salvaron muchas vidas.

Gunnar Kaasen y Bolto


Tras esta carrera contrarreloj, se sucedieron las felicitaciones y los reconocimientos varios. Yo me he referido aquí a Seppala y a Kaasen, pero no fueron los únicos que participaron en esta carrera para llevar la antitoxina hasta un lugar recóndito. Como comenté al principio, fue un transporte de postas, y hubo otros conductores, principalmente nativos, que participaron con sus perros y de los que no ha quedado constancia de sus nombres.

De hecho, incluso entre los “protagonistas” ha habido cierta injusticia. En Central Park hay una escultura dedicada a Balto, de Togo… ni rastro. También hay una película titulada «Balto» que cuenta esta peripecia y donde se le da nombre al perro que llegó hasta Nome, sin tener en cuenta que el trayecto más peligroso lo realizó Togo, aunque esta injusticia se ha intentado subsanar con otro nuevo film donde se habla de este otro perro.

Pero, hasta después de muertos se les trató diferente; el cuerpo de Balto está disecado en el Museo de Historia de Cleveland, y el de Togo en otro museo más humilde de una ciudad más modesta, y por tanto menos conocida, de Alaska. Una injusticia, como tantas otras, y si no que se lo pregunten a los indios de Alaska.