domingo, 28 de junio de 2020

Covid-19: pinto, pinto, gorgorito


En esta vorágine por saber y averiguar más sobre el SARS-Cov-19, más conocido como el puñetero coronavirus, hay algunas informaciones que, como poco, son algo tendenciosas y bastante confusas. El afán por ser el primero en colgarse la medalla de dar con un fármaco que cure o que prevenga la infección ha hecho que algunos interpreten los datos que obtienen de cualquier manera para llegar a conclusiones con poca base científica y que se sujetan con alfileres, es decir, no tienen demasiada consistencia (o lo que es lo mismo: no tienen chicha).
Aquí voy a exponer tres de esas tendencias o posibles terapias o… lo que sea que vayan a ser, y que a mí no me convencen porque tan solo están basadas en estadísticas que yo dudo mucho estén bien hechas. Además, la estadística es una de las disciplinas en las que es más fácil obtener lo que uno busca si sabe manejar los números a su antojo.
Empecemos con estas tres teorías a las que me he permitido el lujo de poner nombre y todo (hoy me encontraba especialmente creativa).

TEORÍA 1. Frente al coronavirus: si eres calvo, se te ha caído el pelo.
Desde hace meses ya se está diciendo que la Covid-19 afecta más a los hombres que a las mujeres. Es cuestión de números: hay más varones que féminas infectados. Como, más o menos, la población en cuanto a sexos está repartida equitativamente, esto va a misa.
Ahora resulta que “expertos” (dermatólogos especialistas en tricología, o sea, en pelo (del tipo que sea) y cabello) creen que los varones que padecen alopecia androgénica (la calvicie asociada a un exceso de andrógenos) son los más propensos a pillar el virus y pasarlo peor. Esta teoría se basa en los números de las estadísticas que dicen que entre los infectados hay muchos calvos.
Antes de seguir, pongamos claro un concepto. Entre los que en algún momento de nuestras vidas hemos tenido que enfrentarnos a la estadística hay una máxima que debemos tener muy presente: correlación no implica causalidad. En castellano llano: el que dos variables estén relacionadas (en este caso, calvo y coger el virus), no implica necesariamente que una de esas variables sea la causa que provoque la otra (en este caso, coger el virus por ser calvo).
Además, en este tema en concreto, dado que partimos de la base de que los hombres pillan el virus más que las mujeres, que cuanta más edad se tiene, más susceptibilidad hay de pillarlo y que a partir de los cincuenta años la mayoría de los hombres pierden considerablemente el pelo… entre los infectados varones la mayoría son calvos. La correlación calvicie-coronavirus está justificada, pero no tiene nada que ver con que la calvicie sea la causante, al menos de momento. Otra cosa es que se empiece a mirar si el gen que determina la calvicie, o los niveles de andrógenos que la provocan, tienen algo que ver a la hora de que el virus se una a las células o que desencadene una respuesta más agresiva, eso sería otro cantar, pero de momento los números de las estadísticas no son concluyentes.

TEORIA 2. Dime de qué grupo sanguíneo presumes y te diré de qué te libras.
Otra información que nos da la estadística de la Covid-19 es que hay mayor incidencia de infección, y también de consecuencias graves, entre los individuos que tienen grupo sanguíneo A mientras que, por el contrario, los que tienen grupo sanguíneo 0 presentan una menor tasa de contagio. Algunos científicos, en este caso chinos, se han lanzado a la piscina y ya dicen que los del grupo 0 están protegidos, ¿cómo y por qué? ni idea, pero las estadísticas están ahí, así que algo tendrá que ver.
Una vez más yo recurro a esa frase que se nos graba a fuego a los que manejamos estadísticas para que no se nos cuele ningún error: correlación no implica causalidad.
He intentado averiguar algo más de cómo se han hecho esas estadísticas y cómo se han manejado algunos parámetros, pero no he tenido mucho éxito. La cosa está poco clara, algo que, viniendo de China y visto lo visto, tampoco debería sorprendernos. A mí me gustaría saber si se ha tenido en cuenta que el grupo sanguíneo mayoritario en la población (me refiero englobando a todos los grupos raciales del planeta) es el A y, por el contrario, el grupo 0 es el que menos gente tiene. Por tanto, si hay más personas con el grupo A, lo normal es que haya más infectados con este grupo que con el 0, que son menos. Es de cajón y de primero de matemáticas.

TEORÍA 3. Melatonina, la hormona prodigiosa.
Vamos con la tercera teoría, y que conste que a mí esta me parece algo más seria que las dos anteriores.
Se está hablando entre los virólogos y otra gente extraña que la melatonina podría proteger frente al coronavirus. Además, este conjunto de personas raras lo avisa con titulares de lo más grandilocuentes: La melatonina, guardián del cerebro frente al coronavirus (este titular se pudo leer en una web bastante rigurosa de divulgación científica).
A estas alturas se ha visto con claridad que entre los múltiples efectos devastadores del coronavirus se encuentra un importante daño en el sistema nervioso. El síntoma de perder el olfato que tanto ha alucinado a propios y extraños es una consecuencia de que el virus llega hasta el nervio olfativo y lo afecta. Se ha constatado, sin ningún género de dudas, que la Covid-19 provoca trastornos neurológicos.
Bueno, pues resulta que la melatonina podría servir para proteger nuestro sistema nervioso.
Pero ¿qué es la melatonina?
La melatonina es una hormona que tienen muchos seres vivos, entre los que estamos los humanos. Regula un montón de procesos fisiológicos, pero el más conocido, y por el que se la echa de menos cuando tenemos poca, es el de regular el sueño.
Esta hormona disminuye sensiblemente con la edad, por eso los ancianos, y los no tan ancianos, suelen dormir poco, o menos que los jóvenes. Que el coronavirus afecte a los más ancianos y que estos tengan menos melatonina ha despertado el interés de algunos científicos, pero yo, que soy muy pesada, sigo con mi cantinela: correlación no implica causalidad.
Sin embargo, en esta teoría hay elementos que le dan visos de poder ser real. Hay estudios que avalan que la melatonina regula la actividad de un tipo de linfocitos (células del sistema inmune) y, por tanto, podría evitar la llegada del coronavirus al sistema nervioso. Esta hormona, además, se pasea libremente por el cerebro (por un tema de permeabilidad al traspasar la barrera hematoencefálica, es decir, pasa de sangre a encéfalo con facilidad), y ahí, en el cerebro, ejerce una actividad antiinflamatoria y antioxidante que es bienvenida cuando el virus está puteando porque este inflama y oxida mogollón.
Además de la correlación niveles de melatonina-edad y susceptibilidad para agarrar el virus, la explicación a nivel de receptores de membrana que sustentan la actividad protectora de la melatonina podría poner en la lista de creíbles a esta teoría.

Hay más teorías circulando por ahí sin demasiada base científica. Yo creo que son fruto del agobio por la pandemia y por el bombardeo de datos que se obtienen y que hacen que algunos científicos se vengan arriba y se pongan a especular sin mucho rigor. La poca fiabilidad de estas teorías a mí me da, además de inseguridad, la sensación de que se está echando a suertes a ver a quién le toca pillar el virus, una probabilidad que se rige por el sistema del pinto, pinto, gorgorito.
En cualquier caso, la experiencia y el paso del tiempo irán aportando más datos y más informaciones, y esperemos que sean rigurosas y bien sustentadas, porque a la luz de esto que acabo de contar yo podría sacar conclusiones erróneas. Resulta que una servidora tiene grupo sanguíneo 0, duermo como un lirón (lo que se supone implica que tengo niveles de melatonina elevados), soy mujer y no estoy calva. Según lo que acabo de contar más arriba yo no tengo muchas probabilidades de agarrar el virus, pero como yo no me fío ni de mi sombra y mucho menos de este virus del demonio, seguiré lavándome las manos con asiduidad, respetando las distancias y protegiendo a los demás y a mí misma.
Más vale prevenir que curar (el coronavirus). A cuidarse toca.

P.D. Por si alguno está pensando en tomar suplementos de melatonina, que los hay en las farmacias, que tenga mucho cuidado, si el organismo ve que tiene melatonina deja de sintetizarla. El problema de esta sustancia es que crea dependencia a largo plazo (si uno pierde/disminuye la capacidad de producir melatonina dependerá de la administración externa). Está indicada en tratamientos puntuales y mientras el problema base que provoca los descensos de esta hormona se corrige.



viernes, 5 de junio de 2020

Covid-19: antología de disparates


El virus de la Covid-19 tiene múltiples maneras de hacer daño en el organismo, y también son muchos los síntomas que manifiesta. De todas formas, hay un síntoma, o quizás un daño orgánico (no lo tengo claro), que no se está valorando en el estudio de este coronavirus tan puñetero, y es que no he oído a nadie entendido en el tema afirmando que el virus ataca el entendimiento y el sentido común, y algo debe de hacer a ese nivel porque todo lo que viene a continuación no tendría explicación en una mente sana.
Son muchos los disparates que se han dicho a cuenta del coronavirus, sería imposible ponerlos todos, así que he hecho una pequeña selección.
Muchos de esos dislates han venido de los políticos, pero en esos casos puede que no todo sea culpa del virus porque la mayoría de esos tipos ya eran unos tarados antes de la pandemia.
Trump es uno de esos políticos. Este señor es un crack lanzando perlas de todo tipo y sobre cualquier tema y, claro, con el coronavirus pues no iba a ser menos. Cuando los científicos aún no lo tenían muy claro y estaban evaluando la eficacia de la cloroquina en el tratamiento de la Covid-19, él se lanzó a la piscina y proclamó a los cuatro vientos que era el fármaco milagroso que curaba la infección. El efecto inmediato fue que la medicina, que se dispensaba en las farmacias para tratar enfermedades de tipo reumatoide, se acabó en cuestión de horas y quienes se quedaron sin sus comprimidos de cloroquina acudieron a otros productos donde aparecían derivados de esta sustancia, como un líquido para desinfectar piscinas que un matrimonio decidió beberse como si de un jarabe se tratara (uno de ellos falleció y el otro ingresó en la UCI con lesiones graves).
Pero lo mejor estaba por llegar. El día que, en una rueda de prensa, sugirió inyectar desinfectante a los enfermos o introducir en su interior luz ya que la radiación ultravioleta servía para acabar con el virus… aquello fue la repanocha. Recuerdo la cara de una de sus asesoras científicas que estaba con él en aquella rueda de prensa y a la que miró buscando aprobación a su genial idea. La pobre mujer no sabía dónde meterse. De aquella ocurrencia hubo que lamentar más de doscientos estadounidenses intoxicados por ingerir lejía en sus casas.
En nuestro suelo patrio también tenemos unos cuantos dirigentes que se han cubierto de gloria opinando con este virus. La presidenta de la Comunidad de Madrid llegó a decir que la enfermedad apareció en diciembre (cosa que es cierta) porque la ‘d’ de Covid-19 es por ‘diciembre’ (cosa que no es cierta porque esa ‘d’ es por ‘disease’, enfermedad en inglés). Otra de las perlas de esta señora fue cuando dijo que se veía venir lo que iba a pasar porque el virus venía de China y, cito textualmente, «no tenemos una sola goma del pelo que no sea Made in China». Desde que dijo eso, no he vuelto a hacerme una coleta no vaya a ser que me contagie por peinarme así.
Pero dejemos a los políticos porque, como ya he comentado, que digan tonterías es algo habitual y en este caso no iba a ser diferente, así que no tiene mérito.
Al inicio de la pandemia, y cuando todos estábamos más perdidos que un pulpo en un garaje, empezaron a circular consejos por las redes sociales para afrontar lo que se nos venía encima. Ante la duda que se nos planteó a todos de si estaríamos infectados o no, y ante la escasez de pruebas para diagnosticarnos, hubo gente (no sé si con buena o mala intención) que nos sugirió algunos métodos de andar por casa.
Uno de ellos consistía en aguantar la respiración diez segundos: si lo hacías sin problemas no tenías el virus, si no conseguías estar ese tiempo sin respirar, entonces sí. Cuando me enteré de este método tan simple para detectar neumonías yo me dije: «Y los idiotas que gestionan los hospitales gastándose fortunas en espirómetros y aparatos de rayos X para ver los pulmones. Qué despilfarro más tonto».
De todas formas, y sin dar ningún tipo de validez a este método, hay que puntualizar que una de las pruebas que hacían los chinos cuando seguían la evolución de los dados de alta tras pasar la enfermedad y estaban bajo observación en los lugares donde estaban confinados, consistía en obligarles a hacer una especie de aerobic muy flojito para, después de esos minutos de baile-ejercicio, preguntarles si habían conseguido ejecutar el ejercicio por completo o habían tenido que abandonar por quedarse sin resuello. A los que decían que no habían podido terminar el ejercicio, se los llevaban de nuevo al hospital (supongo que ahí ya les harían la placa de tórax pertinente).
Otra idea de bombero que circuló por algunos sitios fue la de darle la vuelta a la mascarilla quirúrgica para así convertirla en protectora para el que la lleva y no para proteger al prójimo. El razonamiento se basaba en que si ese tipo de mascarillas evita que nuestra saliva y otras secreciones naso-bucales puedan infectar al vecino de al lado, pero no impide que las del vecino nos infecten a nosotros, si le damos la vuelta, será al revés. El razonamiento es totalmente erróneo porque el entramado del material de esas mascarillas no evita que pase el virus (muchísimo más pequeño y que puede filtrarse entre los huecos de la tela), ni en un sentido ni en otro. Lo que evita es que nuestras gotas de saliva (donde «viaja» el virus) no lleguen tan lejos como lo harían si no lleváramos nada, algo que protege al posible receptor de nuestras secreciones. Si queremos estar protegidos es necesario que el vecino se ponga su propia mascarilla y ya está, todos felices y contentos.
Entre las barbaridades que se están difundiendo a cuenta de la pandemia, hay algunas que pueden ser muy peligrosas (y si no que se lo pregunten a los que se metieron un lingotazo de lejía en EEUU). En algunos locales, y para dar una sensación de seguridad a los clientes, se han instalado en las entradas unos arcos que liberan al paso de la persona que va a acceder al establecimiento, ozono y radiación ultravioleta.
Vamos a ver, bajo ningún concepto se puede fumigar a las personas. El ozono es un potente oxidante que se carga, entre otras cosas, las membranas de las células; en el caso de los virus, rompe esa cubierta lipídica que lo recubre y así el virus queda inactivo. Algo parecido pasa con la luz ultravioleta. El problema es que ni el ozono ni la luz ultravioleta saben distinguir si las membranas pertenecen a virus o a las células de las personas, con lo que esos productos son súper peligrosos y pueden provocar graves daños.
En otros casos, los remedios disparatados solo buscan timar al consumidor, algo que está muy feo, aunque no sea peligroso para la salud. Cierta empresa española está publicitando unos colchones que eliminan el coronavirus en cuestión de horas. Para impactar más, añaden que sus fibras contienen nanopartículas de plata y que su eficacia está certificada por el Instituto Europeo de Calidad del Sueño. Con estos datos cualquiera daría una pequeña fortuna, que es lo que cuestan, por hacerse con uno de esos colchones. Cuando yo me enteré de esto me dije «Caray, pues en los hospitales se van a ahorrar un tiempo precioso en desinfectar habitaciones. Además, que de ahora en adelante hagan todos los EPIs con nanopartículas de plata y se soluciona el problema de reemplazar los equipos.»
Pero, si uno rasca un poco, se encuentra con la dura realidad. Para empezar, el instituto que certifica el colchón resulta que se montó con el capital de un grupo dedicado a fabricar colchones y no tiene ninguna acreditación oficial. De hecho, no hay un solo estudio científico que avale la supuesta acción antivírica del colchón de marras. O sea, que el certificado que acompaña al colchón vale lo mismo que un billete de dos euros, y eso de que elimina el virus en unas horas… nasti de plasti.
Otro de los remedios milagrosos que circulan por ahí es una sustancia que si se extiende por una superficie supuestamente contaminada, al pasar un haz de luz emite un color que avisa de la presencia del Covid-19. Algo así como lo que estamos acostumbrados a ver en las películas policíacas para ver rastros de sangre o restos biológicos: se pasa una torunda con luminol y luego una lámpara de luz ultravioleta nos avisa si hay o no sangre. En medios serios dicen que la cosa es verdad, pero a mí no me cuadran los datos porque aún se sigue empleando la PCR incluso para detectar presencia del virus en superficies, así que creo que esto está (puede que de momento) en el apartado de la ciencia ficción, aunque en ciencia, la palabra imposible se utiliza más bien poco.
En fin, olvidemos a tanto iluminado, famoso o desconocido, porque con este tipo de ocurrencias está claro que si no tenemos cuidado y nos dejamos llevar por las recomendaciones de estos cantamañanas, es peor el remedio que la enfermedad.