viernes, 19 de marzo de 2021

Hildegarda de Bingen: la monja profetisa y científica


 

«Oh frágil ser humano, ceniza de cenizas y podredumbre de podredumbre: habla y escribe lo que ves y escuchas».

SCIVIAS, Hildegarda de Bingen

En la Europa de la Edad Media el papel de la mujer en la sociedad estaba supeditado al hombre y al cuidado de los demás: o bien a cuidar a su marido y a su prole o bien a cuidar a sus padres o parientes más desvalidos, cuando no las dos cosas. La probabilidad de que una mujer adquiriera educación más allá de leer y escribir era muy remota, pero no imposible.

Había una posibilidad de formación y libertad para las mujeres si se movían en determinados círculos: el convento.

La mayoría de las monjas llevaban una vida de aislamiento y soledad dedicada a la oración, pero muchos conventos de la Edad Media eran bastante liberales: proporcionaban a las mujeres una vida cómoda y con acceso a la educación. La mayoría de estos conventos contaban con hermanas de congregación médicas y enfermeras que se encargaban de la salud de sus moradoras. Incluso, algunas no pronunciaban sus votos permanentes y conservaban bastante libertad de movimiento fuera de los muros conventuales.

Ni que decir tiene que estas mujeres procedían de clases altas o de la misma realeza.

De una familia poderosa e influyente provenía nuestra protagonista de hoy. Hildegarda nace en 1098. Octava hija de unos nobles terratenientes alemanes, siempre tuvo una salud endeble y sus padres, en la creencia de que no llegaría a la edad adulta, la encerraron en un convento benedictino que dirigía una tía suya, la abadesa Jutta.

La tía Jutta se encargó de educar a Hildegarda en latín, oraciones y música: lo normal en un convento. No se sabe en qué momento Hildegarda sacó los pies del tiesto y empezó a aprender más de lo esperado, pero el caso es que con treinta ocho años sucede en el cargo a Jutta y se hace abadesa además de escribir unos cuantos tratados de cosmología-mística que dejan a propios y extraños con la boca abierta. Ella, además de culta, es muy avispada, y para no suscitar recelos va y dice que todo lo que escribe no es cosa de ella, que es cosa de unas visiones que tiene gracias a Dios que la inspira y la guía.

Más adelante, y fuera ya de la Edad Media y sus supersticiones, algunos historiadores creen que las visiones que decía tener Hildegarda eran el producto de las fuertes migrañas que padecía e, incluso, de los posibles ataques de epilepsia que se cree tuvo.

Con el pasar de los años, Hildegarda adquiere influencia y estatus, interviniendo en política y todo: emperadores y nobles acuden a ella en busca de consejo. Además, se viene arriba y se pone a profetizar a través de sus sermones ―la apodan la Sibila del Rin― y a los que osan contravenirla los intimida con vaticinios muy poco halagüeños de manera que se asustan y dejan de importunarla. La señora tenía unos ovarios bien puestos, y genio también.

Pero Hildegarda no solo escribió tratados de cosmología por inspiración divina; donde realmente dio el do de pecho fue en la medicina.

Con más de cincuenta años de edad escribe una enciclopedia de historia natural, en ella describe más de 230 plantas y 60 árboles, también peces, aves, reptiles y mamíferos, piedras y metales. Muy completa la obra. En las plantas, además de describirlas, incluía su aplicación farmacológica con lo que la enciclopedia se usó como texto para enseñar medicina en la escuela de Montpellier; ahí es nada. Esta obra, que comprende varios libros, no fue el resultado de la inspiración divina ni de las visiones causadas por las migrañas o por la epilepsia; ella misma se encargó de dejar claro que aquello era fruto de la experimentación y la observación. A Dios lo que es de Dios, y al César (o a la Ciencia) lo que es del César.

A lo largo de su extensa vida ―los que creyeron que se moriría joven se equivocaron de medio a medio― escribió más libros de visiones místicas y también obras musicales, pero su fama como sanadora con poderes milagrosos fue mayor que su reputación como mística y visionaria.

Aunque su medicina tenía ciertas peculiaridades porque mezclaba a Galeno con textos bíblicos (para algo era monja, qué caramba), algunas de sus recomendaciones eran más que novedosas y muy eficaces. Por ejemplo, insistía en la importancia de la higiene y de la dieta, el descanso y el ejercicio, algo que hoy está más que asumido, pero que en la Edad Media sonaba a raro, raro. En uno de sus libros científicos se subraya lo importante que es hervir el agua antes de beberla, especialmente la de los ríos y pantanos.

También aconsejaba el uso de medicamentos en dosis pequeñas, recetando remedios sencillos, pero eficaces, para los pobres, y elaborados, y más caros, para los ricos. Monja, curandera y socialmente comprometida.

Hildegarda llegó incluso a tocar, muy de refilón, la genética. En el siglo XII aún quedaba mucho para que viniera Mendel ―otro monje como ella, mira tú por dónde― a hablar de descendencias y herencias, pero ella aventuró que, según el carácter de los progenitores, los hijos tendrían unas determinadas características físicas y psicológicas. Sí es verdad que, a este respecto, se le fue un poquito la olla y llegó a decir que el carácter del futuro niño dependía del día en que se concebía y hasta pronosticó la naturaleza de las personas concebidas en cada uno de los días del mes lunar. Por ejemplo, una mujer concebida en el día 18 tendrá salud y longevidad, pero estará predispuesta a la locura, además de ser una mentirosa que provocará la muerte de hombres honorables. Estamos en plena Edad Media y tampoco podemos ser muy rigurosos con la pobre Hildegarda que fue una mujer fruto de su época, al fin y al cabo.

Hildegarda muere en el año 1179. Tiene 81 años. Está claro que su mala salud no le restó ni años de vida ni inteligencia.

Intentaron santificarla varias veces, pero algo no cuajó ―yo creo que eso de que curaba no estaba bien visto en algunos sectores eclesiásticos― y nunca llegó a los altares. Aunque no está canonizada, la Iglesia la incluye en el martirologio romano y es venerada como una santa, a pesar de que algunos insistieron en tildarla de bruja ―por eso de ponerse a profetizar y curar siendo mujer―.

Santa o impía, Hildegarda dejó un importante legado científico/místico/cosmológico, y se la considera la naturalista más distinguida y la filósofa más original de la Europa del siglo XII.

Vaya esta entrada para homenajear a otra pionera y adelantada a su tiempo. Y monja.