Ahora que mucha población se preocupa tanto por lo que come y, además, está concienciada con la preservación del medio ambiente, ha surgido una pasión por todo lo ecológico.
Ecológico. Bonito término. Suena
bien, aunque resulte que muchos no sepan exactamente qué significa, al menos en
alimentación porque en la mayoría de los casos se confunden churras con
merinas.
Cuando pensamos en «comer ecológico»
creemos que comemos más sano. Puede ser, pero… no es oro todo lo que reluce.
De hecho, esa obsesión por los
alimentos ecológicos no tiene demasiado fundamento. Lo «natural» frente a lo…
¿sintético? ¿químico? Nadie mejor para hacernos reflexionar sobre estos
conceptos que uno de los primeros nutricionistas de nuestro país: el doctor
Grande Covián.
«Nada
más natural, ecológico y biológico que la bacteria del cólera, y nada más
artificial, sintético y químico que el cloro. Pero gracias al agua clorada no
morimos de cólera.»
Amén.
De todas formas, en este revoltijo
que algunos tienen con los conceptos se asocia «ecológico/orgánico» con
«natural» y lo «no ecológico» con «artificial/¿inorgánico?». Según esto, una lechuga no ecológica es de plástico.
Vamos a intentar poner un poco de
orden y concierto en este tema definiendo qué es realmente un «producto
ecológico» en alimentación.
La producción ecológica
(también llamada biológica u orgánica) es un sistema de GESTIÓN Y PRODUCCIÓN agroalimentaria
basado en el uso de prácticas agrícolas y ganaderas donde SE REDUCE el impacto
medioambiental mediante el uso LIMITADO de sustancias químicas no naturales.
Sin ánimo de quitarle funciones a
los señores de la Real Academia de la Lengua Española, voy a aclarar un par de
palabras que aparecen en el párrafo anterior: ni reducir, ni limitar es igual
que eliminar. Un producto ecológico tiene una serie de normas de PRODUCCIÓN respetuosas
con el medio ambiente, y eso está muy bien, pero no necesariamente quiere decir
que el producto resultante sea mejor desde un punto de vista nutricional.
Todo eso de que reduce el impacto
medioambiental suena también muy bien ¿a que sí? Pues voy a matizar un par de
cositas.
La producción ecológica es respetuosa con el medio
ambiente porque utiliza sustancias naturales para mejorar el entorno y reducir el
riesgo de contaminación en suelo y agua.
Genial, de verdad. En cuanto hemos leído lo
de «sustancias naturales» ya nos hemos puesto muy contentos. Ojo, ni es oro
todo lo que reluce, ni todo lo natural es sano (para el que todavía no lo tenga
claro, que se vuelva a leer la frase de Grande Covián).
Por ejemplo, la piretrinas, un
pesticida NATURAL que es muy tóxico. Si acaba en el agua se carga a los peces
que beben en el río y puestos a cargarse insectos, para eso es un insecticida,
se carga a los malos y a los que no hacen daño a nadie.
Otro ejemplo de sustancia natural
muy chunga son los purines. Son residuos orgánicos compuestos mayoritariamente
por agua y excrementos animales, que al fermentarse tienen un efecto medioambiental
malo, malísimo. Es parecido al estiércol, abono natural donde los haya y
también súper contaminante (a pesar de ser natural). Bueno, pues el purín
líquido (mezcla de 85% de agua con excrementos y diversos vertidos) se utiliza
como fuente renovable de nutrientes utilizada para evitar el uso de fertilizantes
minerales nitrogenados, pero cuya producción y transporte requieren mucha
energía. Además, para rematar, contamina el agua y los pobres peces que beben
en el río lo acaban pagando.
Un informe de la EFSA (Autoridad de Seguridad Alimentaria Europea) del año 2017 reveló que en un muestreo aleatorio se hallaron restos de pesticidas en productos que decían no emplear estas sustancias. Para que te fíes tú de lo ecológico.
Otra idea que se nos queda en la
mente cuando pensamos en alimentos ecológicos es que no llevan aditivos.
Falso. Sí que llevan, aunque se deben constreñir a una lista concreta que, en
el caso de nuestro país, establece la legislación europea. Tienen más
limitaciones que un producto no ecológico, pero llevarlos, los llevan.
Más ideas falsas sobre este tipo
de alimentos: son artesanales. Las imágenes de marketing de muchas
marcas así nos lo hacen pensar. Un tarro con un trozo de tela tapando la tapa
de plástico y con una cuerda, cuanto más áspera, mejor; colores verdes y ocres
en el etiquetado que nos recuerdan los bosques en otoño; la foto de una
abuelita con un delantal y una cuchara de palo en la mano… Son muchas las
maneras de predisponer nuestro cerebro a pensar que aquello que compramos está
hecho a mano. Bueno, pues no. Salvo que uno se compre la miel en algún pueblo
perdido de la montaña (donde aún no han desaparecido las abejas), lo de «hecho
a mano» es una quimera. Grandes industrias alimentarias que producen alimentos
ecológicos poseen unas cadenas de envasado y producción que dejan en mantillas
a muchas fábricas del sector automovilístico.
También tendemos a pensar que los alimentos
ecológicos son más nutritivos/saludables. Pues no necesariamente.
Depende del alimento.
Por ejemplo, una vaca que vive suelta
en el campo y se alimenta de la hierba que el prado le da, sí puede tener una
calidad en la carne que no hay en una vaca estabulada, todo el día encerrada y
comiendo de un pesebre. Pero el problema es que esa vaca «libre» no lo está
siempre, hay momentos en que se las encierra y comen pienso igual que sus
congéneres de granja intensiva.
Caso aparte es el de los cerdos de
raza ibérica. Estos por su genética (o sea, la raza) ya tienen una composición
cárnica especial y súper saludable. Además, si viven sueltos en la dehesa
comiendo bellota, mejor que mejor, aunque algunos pueden comer también pienso,
lo que influye en la composición nutricional del jamón y también en el precio.
Más ejemplos: los huevos
«ecológicos» son el resultado de las gallinas que viven sueltas en un área más
o menos amplia. Generalmente, comen el mismo pienso que las que están
encerradas en jaulas, solo que lo tienen que recoger del suelo y no del
comedero, pero el alimento suele ser muy similar. El huevo que producen tiene
una composición nutricional muy parecida a la de un huevo obtenido en una explotación
intensiva, aunque, eso sí, es tres veces más caro porque en la superficie donde
se podrían tener cien gallinas solo pueden estar quince. Cuando pagamos esos
precios por este tipo de huevos estamos comprando que la gallina es más feliz,
algo que también es plausible, pero que nada tiene que ver con nuestra salud.
Ahora que la cesta de la compra
está por las nubes quizás es hora de mirar con más detenimiento este tipo de
productos: tengamos claro qué estamos comprando.