martes, 26 de noviembre de 2019

Bacterias resistentes a antibióticos: el nuevo Armagedón




«En caso de duda consulte a su farmacéutico» Este consejo -duramente criticado por algunos médicos que se resisten a reconocer que de fármacos quien entiende más es el boticario- aparece en la publicidad de muchos medicamentos -una publicidad que, ya puestos a criticar, yo he cuestionado con dureza desde siempre-. Pero esa frase no es un adorno cualquiera, o un reclamo publicitario más. Consultar cuando se tienen dudas sobre lo que sea es lo más lógico que se puede hacer, además se ha de preguntar a quien entiende del tema. De cajón. Si, encima, nuestras dudas se refieren a la administración de un medicamento, el preguntar y consultar se convierte en algo indispensable para no liarla parda.
Cualquier fármaco debe utilizarse con mesura y siempre siguiendo las pautas que el médico o el farmacéutico prescriben; esto debe hacerse por seguridad y por sentido común. Pero ya se sabe que el sentido común es el menos común de los sentidos y muchas veces brilla por su ausencia viendo las barbaridades que hacen algunos cuando se están medicando.
Administrarse el doble de la dosis prescrita en la creencia de que, al doblar la cantidad, el tiempo en sanar será la mitad, es un ejemplo de los muchos que podría citar y a los que asistí en mi etapa profesional detrás de un mostrador de una oficina de farmacia. Aún recuerdo con espanto el día que un cliente, delante de mí, se bebió un frasco entero de Bisolvón tras decir «En lugar de tomármelo durante una semana, me lo tomo de una vez y la tos se me curará antes».
Esta estulticia por parte de algunos es especialmente peligrosa cuando se trata de antibióticos, pero no solo es peligrosa para el que comete la imprudencia, lo es también para todos los demás.
La arrogancia de algunos pacientes al creer que ellos saben mejor que nadie cuándo y cómo deben tomar un antibiótico se convierte en un peligro que nos afecta a todos, a los insensatos y a los que aún nos queda un poquito de ese sentido común que tan raramente aparece. Y es que el uso indiscriminado de los antibióticos nos ha llevado a una situación muy delicada que está provocando un problema serio a nivel sanitario por culpa de las resistencias a los antibióticos.
Pero, ¿qué son las resistencias a los antibióticos? Para entender en qué consisten, primero hay que saber algo sobre la morfología de las bacterias.
Las bacterias son microorganismos procariotas, lo que en castellano llano quiere decir organismos microscópicos unicelulares muy sencillitos. Esa sencillez se traduce en que su material genético está resumido en una cadena única de ADN, sistema haploide, y no en dos como se da en las células más complejas o diploides. Además, esa cadena es muy cortita, es decir, tiene muy pocos genes, algo natural pues si la bacteria solo está compuesta de una célula, a qué llevar mucha información. Si uno es simple, es simple y ya está.
Cuando un ser vivo tiene doble cadena de ADN, los genes que codifican una misma función, o una característica, están duplicados. Si son iguales no hay problema, se manifiesta lo que esos dos genes “dicen”, pero si son distintos ―lo que suele ocurrir la mayoría de las veces― entonces uno de los genes (el gen dominante) se impone sobre el otro (gen recesivo) y ese es el que “dice” cómo va a ser la característica o función que regula. A veces no domina ninguno y, en completo consenso, la característica o función resultante es una mezcla de lo que dice uno y de lo que dice el otro.
Por ejemplo, un gen dice que los ojos van a ser de color azul, y el otro que marrones. Si ninguno tiene la fuerza necesaria para imponerse a su compañero, el resultado será ojos de color verde: ni para ti, ni para mí (en realidad el mecanismo es mucho más complejo, pero no voy a meterme en profundidades).
Esto ocurre en los sistemas diploides, es decir, aquellos que tienen doble cadena de ADN, pero ya hemos dicho que las bacterias son haploides, que tienen solo una cadena de ADN.
En el ADN de las bacterias cada gen es dueño y señor de su información, no tiene ningún compañero que le tosa ni que le cuestione. Si un gen “dice” que va a romper la membrana de las células óseas (por poner un ejemplo), las va a romper sí o sí.
Hemos hablado de seres haploides y de cadenas únicas de ADN, ahora vamos a complicar un poquito más las cosas hablando de mutaciones genéticas.
Básicamente, una mutación genética es un cambio en la secuencia o en la naturaleza del ADN celular. Las mutaciones se pueden dar por muchos motivos pero la mayoría de las veces son espontáneas, ocurren porque sí, sin más razón ni causa.
Cuando un gen muta en una célula de un organismo complejo, ese cambio pasa desapercibido en la inmensa mayoría de los casos, pero cuando lo hace en un ser que solo está compuesto de una célula y que solo tiene una cadena de ADN, el cambio se va a manifestar siempre.
Las bacterias mutan constantemente. Según en qué consista la mutación el resultado puede ser o no preocupante. La mayoría de las veces esos cambios aleatorios que el azar ha conferido se quedan en nada, pero a veces, la mutación consiste en aportar una característica que, por ejemplo, las hace invulnerables al ataque de un agente extraño. Si ese agente extraño no anda por las inmediaciones de la bacteria mutante, la mutación pasa desapercibida, pero si el agente extraño está presente la bacteria que ha mutado tendrá una característica que la hará más fuerte frente a sus compañeras que no tienen esa mutación y, mientras sus colegas sin mutar sucumben frente al enemigo (el agente extraño), la bacteria mutante sobrevivirá y será la que se reproduzca (el término correcto es replicación) dando más bacterias fuertes frente a ese agente exterior. Teniendo en cuenta que el ritmo reproductor/replicador de las bacterias es asombroso, el surgimiento de una nueva cepa de bacterias con esa mutación es drástico.
Si el agente extraño se trata de un antibiótico, la bacteria mutante resulta ser una bacteria resistente a ese antibiótico.
Así que, ante todo esto, los antibióticos no crean las resistencias, la mutación es obra del azar. Lo que hacen los antibióticos es seleccionar y propiciar que una bacteria resistente a ellos y que ha mutado, insisto, aleatoriamente, sea la que sobreviva y la que se replique creando millones de coleguitas idénticas a ella.
Tomar antibióticos puede favorecer que esas bacterias mutantes y resistentes proliferen al ser las más fuertes. Entonces… ¿no debemos tomar antibióticos? Sí y… no.
Hay que tomar antibióticos cuando sea necesario. Esto, que parece una perogrullada de tomo y lomo, resulta que no se cumple casi nunca.
Cuando tenemos una infección bacteriana hay que combatirla con antibióticos, siempre siguiendo las pautas y los tiempos establecidos por el personal sanitario -dentro del personal sanitario no se encuentra la vecina del quinto que tuvo una enfermedad parecida y que se tomó una cosa que le vino muy bien-. Y en ese aspecto, el de ser una infección bacteriana, se encuentra el motivo principal por el que hoy en día hay tantas bacterias resistentes.
Hemos visto cómo las bacterias se replican y cómo una mutación las puede dar súper poderes según en qué medio se desenvuelvan. Pero ¿qué pasa con los virus? Pues, con los virus no pasa nada cuando se dan antibióticos, porque LOS ANTIBIÓTICOS NO SIRVEN PARA LOS VIRUS. Es más, si tratamos con antibióticos una infección vírica, no solo no vamos a conseguir que el paciente se cure, además vamos a propiciar que las posibles bacterias mutantes que pueda tener el paciente (que no están causando infección) *, proliferen más que sus compañeras y sean las que predominen, en una posterior y probable infección, resistiendo el tratamiento antibiótico.
Y ¿cómo sabemos si tenemos una infección vírica o bacteriana? La mayoría de los procesos catarrales y todos los gripales son causados por virus. En el mercado farmacéutico hay otro tipo de compuestos llamados antivirales pero que, en procesos no peligrosos, como son los catarros y la mayoría de las gripes, no se emplean en pacientes con un estado de salud óptimo (virus gripal aparte).
Así que cuando uno moquea un poquito, tiene algo de tos o simplemente se ha agarrado la gripe invernal de todos los años, lo que hay que hacer es esperar que el virus se marche (termine su ciclo vital) y, mientras lo hace, combatir los síntomas para que el virus de marras no nos haga demasiado la puñeta. Tomar cualquier tipo de fármaco que no sea un antitérmico, descongestionante o analgésico, no va a servir de nada. De todos debería ser conocido que el virus de la gripe con tratamiento dura siete días y sin tratamiento dura una semana.
De todas formas, si no estamos seguros de pasar un proceso viral o bacteriano lo que debemos hacer es preguntar, y ¿a quién? Pues a quien sabe del tema, es decir, a un médico que nos diagnosticará nuestra dolencia. Como debe ser.
Desde que Fleming descubrió la penicilina en 1928 son muchos millones de vidas las que se han salvado gracias a los antibióticos. Además, la esperanza de vida ha aumentado en más de 20 años gracias a estos fármacos. Pero esto está empezando a cambiar.
El uso/abuso indiscriminado de antibióticos ha favorecido la proliferación de bacterias resistentes a los mismos de manera que el año pasado hubo casi un millón de muertes por infecciones resistentes a antibióticos. Bacterias relativamente fáciles de combatir hace unos años son, en la actualidad, un hueso duro de roer para acabar con ellas. Infecciones más o menos curables hace unas décadas están empezando a resultar mortales en algunos países.
Los laboratorios farmacéuticos están al quite, pero el avance en la creación de nuevos antibióticos no es tan rápido como la aparición de cepas resistentes. El panorama se presenta muy negro, se estima que en 2050 habrá diez millones de muertes atribuibles a infecciones resistentes a antibióticos superando al cáncer como principal causa de muerte en el mundo.
La cosa es seria y si no nos ponemos las pilas esto puede terminar como el rosario de la aurora.
Mucho se habla del cambio climático y sus desastrosas consecuencias en la supervivencia del género humano, pero tenemos otros enemigos que también pueden acabar con nosotros y mucho antes de que lo haga el sobrecalentamiento global: las bacterias.
Cuando algunos se imaginan un mundo distópico donde la Tierra ha sido destruida, piensan en un planeta arrasado por la radiación nuclear, o devastado por desastres climatológicos, o por fenómenos naturales como terremotos y tsunamis, incluso invadido por seres de otras galaxias. Yo me imagino la Tierra despoblada de vida humana al ser invadida por otra especie, pero no extraterrestre: me imagino la extinción del género humano por la invasión de unos seres procariotas microscópicos. ¿Alarmismo? ¿Desvarío? No. Deducción lógica. Como sigamos así las vamos a pasar canutas.
Pero aún estamos a tiempo, más o menos. En manos de todos está el uso responsable de los antibióticos, nos va en ello la salud y la supervivencia.


(*) la presencia de bacterias patógenas en el organismo no siempre es sinónimo de infección, todo depende del sistema inmune del individuo y de la cantidad de bacterias presentes.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Rodrigo Zamorano: el catedrático del mar



«Es una sutileza tan grande que un hombre con un compás y unas rayas señaladas en una carta sepa rodear el mundo y sepa de día y de noche a dónde ha de llegar y que acierte a caminar por una cosa tan larga y espaciosa como es el mar, donde no hay camino ni señal de él.»
Pedro de Medina (cosmógrafo)

El protagonista de hoy en la sección de locos científicos no es el típico investigador al uso, de esos que se encierran en el laboratorio a cacharrear y a hacer ensayos. Su laboratorio de experimentación fue el más grande que uno pueda imaginar: el mar. Quien protagoniza la publicación de hoy es un cosmógrafo y aunque no se ajusta a la idea que uno tiene de un científico, sí tiene una de las cualidades más destacables: la locura. Pues locura hay que tener, y mucha, para aventurarse en el mar, sobre todo en la época que le tocó vivir, el siglo XVI, cuando las herramientas para orientarse eran rudimentarias y nada sofisticadas.
Rodrigo Zamorano nace en Medina de Rioseco (Valladolid) el año 1542. Su familia era de posibles y eso le permitió estudiar en la universidad, y no en una, sino en dos: la de Valladolid y la de Salamanca. Sus preferencias académicas se decantaron por las matemáticas y la astrología. Para sacarse unos dineros, Rodrigo se dedicaba a impartir esas materias a algunos nobles de manera privada, en plan profesor particular.
Llega a la corte de Madrid acompañando al hijo de uno de estos nobles, el Condestable de Castilla Pedro Fernández de Velasco.
Cuando tiene treinta y dos años se va a Sevilla, allí establece su residencia y allí moriría en 1623 con ochenta y un años.
Para entender la importancia de la labor de este personaje, primero debemos ponernos en situación.
Corre el siglo XVI, hace unas pocas décadas un marino de origen incierto ―aunque parece que ya hay casi consenso en que era genovés― descubre todo un continente. Para llegar a él hay que establecer rutas, con mayor o menor seguridad según azoten los vientos y las corrientes marinas vayan de un lado para otro. Una vez descubierto ese nuevo mundo se presentan otros horizontes por descubrir y explorar, donde el mar suele ser el medio para llegar hasta ellos. Y para desenvolverse bien en el mar es indispensable tener buenos conocimientos de cosmografía.
La cosmografía en el Renacimiento era un compendio de materias (matemáticas, astrología, astronomía y geografía) que se solía impartir en las universidades. Pero esta ciencia estaba muy ligada a otras prácticas más artesanales como era la cartografía, la construcción de instrumentos o el llamado arte de navegar, unas prácticas que no se enseñaban en la universidad. En este aspecto la corte tuvo un papel mediador al convertirse en el vínculo entre el saber universitario y las prácticas de navegación: un futuro cosmógrafo aprendía matemáticas y geografía en la universidad y luego la corte, mediante instituciones financiadas por ella, le enseñaba la tecnología necesaria para proveerse de instrumentos adecuados donde aplicar los conocimientos universitarios.
¿Y por qué la corte se interesaba en formar adicionalmente a los cosmógrafos? La cosmografía era una ciencia fundamental, el conocimiento de las rutas marítimas era necesario para que los barcos no se perdieran. Pero también era un saber poderoso y muy útil para los gobiernos de las naciones que querían dominar las rutas y por tanto el comercio… y por tanto el dinero que este generaba.
Rodrigo fue un destacado alumno en esta ciencia y fue reclutado por la corona española para que impartiera docencia en la Casa de Contratación de Sevilla, una institución de la Corona de Castilla creada para fomentar la navegación entre España y los territorios de ultramar.
En Sevilla, Rodrigo imparte clases a los futuros pilotos de la flota de la Carrera de Indias, es decir, de los barcos que se encargaban de llevar mercancías entre los diferentes territorios del imperio donde nunca se ponía el sol. Que el piloto encargado del gobierno de uno de estos barcos supiera por dónde estaba y no se perdiera, era más que fundamental porque aquellos barcos siempre iban cargados de metales preciosos, manufacturas y enseres de toda índole. O sea, la mercancía era más que valiosa.
Por tanto, la buena formación de los pilotos era un interés prioritario de la corona, y Rodrigo lo hizo muy bien. Llegó a ser catedrático de cosmografía y arte de navegar durante treinta y ocho años en los que no solo impartió clases, además investigó y escribió importantes obras sobre cartografía, náutica y geografía. También construyó algunos instrumentos que facilitaron la labor de orientarse en medio del mar, algo que no es nada fácil.
Y como muestra de cuán importante era la orientación precisa cuando una está rodeado de agua por todas partes haré un breve paréntesis para contar lo que le aconteció a cierto explorador.
A mediados del siglo XVI el navegante Álvaro de Mendaña realizó una expedición por el Pacífico y en su deambular se encontró con las Islas Salomón (cerca de Australia). Veinticinco años después quiso volver, pero un ‘pequeño error’ de cálculo con los rudimentarios instrumentos de navegar le desvió y descubrió en su lugar las Islas Marquesas a muchos miles de kilómetros de las Salomón (el que quiera más detalles que se mire un mapa, pero ya os digo que están muy lejos unas de otras). Y todo esto en medio de una vasta extensión de agua donde no hay nada con lo que orientarse, tan solo las estrellas y si las nubes lo permiten. Se podría decir que este hombre se hizo un 2x1, pero le salió caro porque murió en el intento pasándole el marrón a su mujer, Isabel de Barreto, que le acompañaba en aquella loca aventura, y convirtiéndola así en la primera almirante femenina de la Historia. Pero esa ya es otra historia.


Volvamos con Rodrigo. Entre la vasta producción creativa de este catedrático, se encontraban varias “cartas de marear”. No es que se dedicara a aturdir al personal escribiendo epístolas, las cartas de marear eran los mapas para seguir rutas marítimas. Y con esto tuvo algunos problemillas que casi le cuestan el pescuezo.
Ya hemos visto cómo saber desenvolverse bien en el océano era importante para el comercio y por tanto para la economía, así la cosmografía se convirtió en una disciplina fundamental y… secreta.
La materia cosmográfica era un asunto de estado porque la explotación de las colonias dependía de ella. Era indispensable que el enemigo no supiera cómo llegar a según qué sitios (el enemigo estaba formado por franceses, alemanes e ingleses, todos ellos ávidos y envidiosos de las riquezas que España se estaba agenciando gracias al descubrimiento del Nuevo Mundo).
Y ¿qué hizo Zamorano para despertar la ira regia? Pues publicar algunas de las cosas que averiguó. Encima se permitió la osadía de utilizar una lengua vulgar como el castellano, en lugar del latín, un idioma mucho más fino y también desconocido por la mayoría del pueblo.
Pero en nuestra piel de toro somos como somos y no tenemos remedio. Entre los múltiples defectos que nos caracterizan se encuentra el que no sabemos guardar un secreto ni a tiros. Resulta que esa ciencia tan oculta fue una de las que más divulgación tuvo, haciéndose bastante popular por la profusión de manuales de navegar que circulaban entre los marinos de más o menos enjundia. Y, no solo eso, es que los manuales se llegaron a traducir a otras lenguas europeas. Luego nos quejábamos que si los piratas holandeses, que si los ingleses… ¡puñetas, no les digas por dónde vas a pasar!
Parece ser que al final, la imprudencia de Rodrigo solo fue castigada con un tirón de orejas y Felipe II miró para otro lado ―para que luego digan que este rey era duro―.
Puede que Rodrigo Zamorano no conste en los anales de la historia como un destacado miembro para la humanidad, pero muchos marinos le deben la vida. Gracias a los conocimientos, investigaciones y ‘cartas de marear’ de este cosmógrafo, aquellos marinos aventureros pudieron llegar a sus destinos sin perderse en la inmensidad del océano.