«En caso de
duda consulte a su farmacéutico» Este consejo -duramente criticado por algunos
médicos que se resisten a reconocer que de fármacos quien entiende más es el boticario-
aparece en la publicidad de muchos medicamentos -una publicidad que, ya puestos
a criticar, yo he cuestionado con dureza desde siempre-. Pero esa frase no es
un adorno cualquiera, o un reclamo publicitario más. Consultar cuando se tienen
dudas sobre lo que sea es lo más lógico que se puede hacer, además se ha de
preguntar a quien entiende del tema. De cajón. Si, encima, nuestras dudas se
refieren a la administración de un medicamento, el preguntar y consultar se
convierte en algo indispensable para no liarla parda.
Cualquier
fármaco debe utilizarse con mesura y siempre siguiendo las pautas que el médico
o el farmacéutico prescriben; esto debe hacerse por seguridad y por sentido
común. Pero ya se sabe que el sentido común es el menos común de los sentidos y
muchas veces brilla por su ausencia viendo las barbaridades que hacen algunos
cuando se están medicando.
Administrarse
el doble de la dosis prescrita en la creencia de que, al doblar la cantidad, el
tiempo en sanar será la mitad, es un ejemplo de los muchos que podría citar y a
los que asistí en mi etapa profesional detrás de un mostrador de una oficina de
farmacia. Aún recuerdo con espanto el día que un cliente, delante de mí, se
bebió un frasco entero de Bisolvón tras decir «En lugar de tomármelo durante
una semana, me lo tomo de una vez y la tos se me curará antes».
Esta estulticia
por parte de algunos es especialmente peligrosa cuando se trata de
antibióticos, pero no solo es peligrosa para el que comete la imprudencia, lo
es también para todos los demás.
La arrogancia
de algunos pacientes al creer que ellos saben mejor que nadie cuándo y cómo
deben tomar un antibiótico se convierte en un peligro que nos afecta a todos, a
los insensatos y a los que aún nos queda un poquito de ese sentido común que
tan raramente aparece. Y es que el uso indiscriminado de los antibióticos nos
ha llevado a una situación muy delicada que está provocando un problema serio a
nivel sanitario por culpa de las resistencias a los antibióticos.
Pero, ¿qué son
las resistencias a los antibióticos? Para entender en qué consisten, primero
hay que saber algo sobre la morfología de las bacterias.
Las bacterias
son microorganismos procariotas, lo que en castellano llano quiere decir
organismos microscópicos unicelulares muy sencillitos. Esa sencillez se traduce
en que su material genético está resumido en una cadena única de ADN, sistema
haploide, y no en dos como se da en las células más complejas o diploides.
Además, esa cadena es muy cortita, es decir, tiene muy pocos genes, algo
natural pues si la bacteria solo está compuesta de una célula, a qué llevar
mucha información. Si uno es simple, es simple y ya está.
Cuando un ser
vivo tiene doble cadena de ADN, los genes que codifican una misma función, o
una característica, están duplicados. Si son iguales no hay problema, se
manifiesta lo que esos dos genes “dicen”, pero si son distintos ―lo que suele
ocurrir la mayoría de las veces― entonces uno de los genes (el gen dominante)
se impone sobre el otro (gen recesivo) y ese es el que “dice” cómo va a ser la
característica o función que regula. A veces no domina ninguno y, en completo
consenso, la característica o función resultante es una mezcla de lo que dice
uno y de lo que dice el otro.
Por ejemplo, un
gen dice que los ojos van a ser de color azul, y el otro que marrones. Si
ninguno tiene la fuerza necesaria para imponerse a su compañero, el resultado
será ojos de color verde: ni para ti, ni para mí (en realidad el mecanismo es
mucho más complejo, pero no voy a meterme en profundidades).
Esto ocurre en
los sistemas diploides, es decir, aquellos que tienen doble cadena de ADN, pero
ya hemos dicho que las bacterias son haploides, que tienen solo una cadena de
ADN.
En el ADN de
las bacterias cada gen es dueño y señor de su información, no tiene ningún
compañero que le tosa ni que le cuestione. Si un gen “dice” que va a romper la
membrana de las células óseas (por poner un ejemplo), las va a romper sí o sí.
Hemos hablado
de seres haploides y de cadenas únicas de ADN, ahora vamos a complicar un
poquito más las cosas hablando de mutaciones genéticas.
Básicamente,
una mutación genética es un cambio en la secuencia o en la naturaleza del ADN
celular. Las mutaciones se pueden dar por muchos motivos pero la mayoría de las
veces son espontáneas, ocurren porque sí, sin más razón ni causa.
Cuando un gen
muta en una célula de un organismo complejo, ese cambio pasa desapercibido en
la inmensa mayoría de los casos, pero cuando lo hace en un ser que solo está
compuesto de una célula y que solo tiene una cadena de ADN, el cambio se va a
manifestar siempre.
Las bacterias
mutan constantemente. Según en qué consista la mutación el resultado puede ser
o no preocupante. La mayoría de las veces esos cambios aleatorios que el azar
ha conferido se quedan en nada, pero a veces, la mutación consiste en aportar
una característica que, por ejemplo, las hace invulnerables al ataque de un
agente extraño. Si ese agente extraño no anda por las inmediaciones de la
bacteria mutante, la mutación pasa desapercibida, pero si el agente extraño
está presente la bacteria que ha mutado tendrá una característica que la hará
más fuerte frente a sus compañeras que no tienen esa mutación y, mientras sus
colegas sin mutar sucumben frente al enemigo (el agente extraño), la bacteria
mutante sobrevivirá y será la que se reproduzca (el término correcto es
replicación) dando más bacterias fuertes frente a ese agente exterior. Teniendo
en cuenta que el ritmo reproductor/replicador de las bacterias es asombroso, el
surgimiento de una nueva cepa de bacterias con esa mutación es drástico.
Si el agente
extraño se trata de un antibiótico, la bacteria mutante resulta ser una bacteria
resistente a ese antibiótico.
Así que, ante
todo esto, los antibióticos no crean las resistencias, la mutación es
obra del azar. Lo que hacen los antibióticos es seleccionar y propiciar que una
bacteria resistente a ellos y que ha mutado, insisto, aleatoriamente, sea la que
sobreviva y la que se replique creando millones de coleguitas idénticas a ella.
Tomar
antibióticos puede favorecer que esas bacterias mutantes y resistentes
proliferen al ser las más fuertes. Entonces… ¿no debemos tomar antibióticos? Sí
y… no.
Hay que tomar
antibióticos cuando sea necesario. Esto, que parece una perogrullada de tomo y
lomo, resulta que no se cumple casi nunca.
Cuando tenemos
una infección bacteriana hay que combatirla con antibióticos, siempre
siguiendo las pautas y los tiempos establecidos por el personal sanitario -dentro
del personal sanitario no se encuentra la vecina del quinto que tuvo una
enfermedad parecida y que se tomó una cosa que le vino muy bien-. Y en ese aspecto,
el de ser una infección bacteriana, se encuentra el motivo principal por el que
hoy en día hay tantas bacterias resistentes.
Hemos visto
cómo las bacterias se replican y cómo una mutación las puede dar súper poderes
según en qué medio se desenvuelvan. Pero ¿qué pasa con los virus? Pues, con los
virus no pasa nada cuando se dan antibióticos, porque LOS ANTIBIÓTICOS
NO SIRVEN PARA LOS VIRUS. Es más, si tratamos con antibióticos una infección
vírica, no solo no vamos a conseguir que el paciente se cure, además vamos a
propiciar que las posibles bacterias mutantes que pueda tener el paciente (que
no están causando infección) *, proliferen más que sus compañeras y sean las
que predominen, en una posterior y probable infección, resistiendo el
tratamiento antibiótico.
Y ¿cómo sabemos
si tenemos una infección vírica o bacteriana? La mayoría de los procesos
catarrales y todos los gripales son causados por virus. En el mercado
farmacéutico hay otro tipo de compuestos llamados antivirales pero que, en
procesos no peligrosos, como son los catarros y la mayoría de las gripes, no se
emplean en pacientes con un estado de salud óptimo (virus gripal aparte).
Así que cuando
uno moquea un poquito, tiene algo de tos o simplemente se ha agarrado la gripe
invernal de todos los años, lo que hay que hacer es esperar que el virus se
marche (termine su ciclo vital) y, mientras lo hace, combatir los síntomas para
que el virus de marras no nos haga demasiado la puñeta. Tomar cualquier tipo de
fármaco que no sea un antitérmico, descongestionante o analgésico, no va a
servir de nada. De todos debería ser conocido que el virus de la gripe con
tratamiento dura siete días y sin tratamiento dura una semana.
De todas
formas, si no estamos seguros de pasar un proceso viral o bacteriano lo que
debemos hacer es preguntar, y ¿a quién? Pues a quien sabe del tema, es decir, a
un médico que nos diagnosticará nuestra dolencia. Como debe ser.
Desde que
Fleming descubrió la penicilina en 1928 son muchos millones de vidas las que se
han salvado gracias a los antibióticos. Además, la esperanza de vida ha
aumentado en más de 20 años gracias a estos fármacos. Pero esto está empezando
a cambiar.
El uso/abuso
indiscriminado de antibióticos ha favorecido la proliferación de bacterias
resistentes a los mismos de manera que el año pasado hubo casi un millón de
muertes por infecciones resistentes a antibióticos. Bacterias relativamente
fáciles de combatir hace unos años son, en la actualidad, un hueso duro de roer
para acabar con ellas. Infecciones más o menos curables hace unas décadas están
empezando a resultar mortales en algunos países.
Los
laboratorios farmacéuticos están al quite, pero el avance en la creación de
nuevos antibióticos no es tan rápido como la aparición de cepas resistentes. El
panorama se presenta muy negro, se estima que en 2050 habrá diez millones de
muertes atribuibles a infecciones resistentes a antibióticos superando al
cáncer como principal causa de muerte en el mundo.
La cosa es
seria y si no nos ponemos las pilas esto puede terminar como el rosario de la
aurora.
Mucho se habla
del cambio climático y sus desastrosas consecuencias en la supervivencia del
género humano, pero tenemos otros enemigos que también pueden acabar con
nosotros y mucho antes de que lo haga el sobrecalentamiento global: las
bacterias.
Cuando algunos
se imaginan un mundo distópico donde la Tierra ha sido destruida, piensan en un
planeta arrasado por la radiación nuclear, o devastado por desastres
climatológicos, o por fenómenos naturales como terremotos y tsunamis, incluso
invadido por seres de otras galaxias. Yo me imagino la Tierra despoblada de
vida humana al ser invadida por otra especie, pero no extraterrestre: me
imagino la extinción del género humano por la invasión de unos seres
procariotas microscópicos. ¿Alarmismo? ¿Desvarío? No. Deducción lógica. Como
sigamos así las vamos a pasar canutas.
Pero aún
estamos a tiempo, más o menos. En manos de todos está el uso responsable de los
antibióticos, nos va en ello la salud y la supervivencia.
(*) la
presencia de bacterias patógenas en el organismo no siempre es sinónimo de
infección, todo depende del sistema inmune del individuo y de la cantidad de bacterias
presentes.