«Es
una sutileza tan grande que un hombre con un compás y unas rayas señaladas en
una carta sepa rodear el mundo y sepa de día y de noche a dónde ha de llegar y que
acierte a caminar por una cosa tan larga y espaciosa como es el mar, donde no
hay camino ni señal de él.»
Pedro
de Medina (cosmógrafo)
El protagonista
de hoy en la sección de locos científicos no es el típico investigador al uso,
de esos que se encierran en el laboratorio a cacharrear y a hacer ensayos. Su laboratorio
de experimentación fue el más grande que uno pueda imaginar: el mar. Quien
protagoniza la publicación de hoy es un cosmógrafo y aunque no se ajusta a la
idea que uno tiene de un científico, sí tiene una de las cualidades más
destacables: la locura. Pues locura hay que tener, y mucha, para aventurarse en
el mar, sobre todo en la época que le tocó vivir, el siglo XVI, cuando las
herramientas para orientarse eran rudimentarias y nada sofisticadas.
Rodrigo
Zamorano nace en Medina de Rioseco (Valladolid) el año 1542. Su familia era de
posibles y eso le permitió estudiar en la universidad, y no en una, sino en
dos: la de Valladolid y la de Salamanca. Sus preferencias académicas se
decantaron por las matemáticas y la astrología. Para sacarse unos dineros,
Rodrigo se dedicaba a impartir esas materias a algunos nobles de manera
privada, en plan profesor particular.
Llega a la
corte de Madrid acompañando al hijo de uno de estos nobles, el Condestable de
Castilla Pedro Fernández de Velasco.
Cuando tiene
treinta y dos años se va a Sevilla, allí establece su residencia y allí moriría
en 1623 con ochenta y un años.
Para entender
la importancia de la labor de este personaje, primero debemos ponernos en
situación.
Corre el siglo
XVI, hace unas pocas décadas un marino de origen incierto ―aunque parece que ya
hay casi consenso en que era genovés― descubre todo un continente. Para llegar
a él hay que establecer rutas, con mayor o menor seguridad según azoten los
vientos y las corrientes marinas vayan de un lado para otro. Una vez
descubierto ese nuevo mundo se presentan otros horizontes por descubrir y
explorar, donde el mar suele ser el medio para llegar hasta ellos. Y para
desenvolverse bien en el mar es indispensable tener buenos conocimientos de
cosmografía.
La cosmografía en
el Renacimiento era un compendio de materias (matemáticas, astrología,
astronomía y geografía) que se solía impartir en las universidades. Pero esta
ciencia estaba muy ligada a otras prácticas más artesanales como era la
cartografía, la construcción de instrumentos o el llamado arte de navegar, unas
prácticas que no se enseñaban en la universidad. En este aspecto la corte tuvo
un papel mediador al convertirse en el vínculo entre el saber universitario y
las prácticas de navegación: un futuro cosmógrafo aprendía matemáticas y
geografía en la universidad y luego la corte, mediante instituciones
financiadas por ella, le enseñaba la tecnología necesaria para proveerse de instrumentos
adecuados donde aplicar los conocimientos universitarios.
¿Y por qué la
corte se interesaba en formar adicionalmente a los cosmógrafos? La cosmografía
era una ciencia fundamental, el conocimiento de las rutas marítimas era necesario
para que los barcos no se perdieran. Pero también era un saber poderoso y muy
útil para los gobiernos de las naciones que querían dominar las rutas y por
tanto el comercio… y por tanto el dinero que este generaba.
Rodrigo fue un
destacado alumno en esta ciencia y fue reclutado por la corona española para
que impartiera docencia en la Casa de Contratación de Sevilla, una institución
de la Corona de Castilla creada para fomentar la navegación entre España y los
territorios de ultramar.
En Sevilla,
Rodrigo imparte clases a los futuros pilotos de la flota de la Carrera de
Indias, es decir, de los barcos que se encargaban de llevar mercancías entre
los diferentes territorios del imperio donde nunca se ponía el sol. Que el
piloto encargado del gobierno de uno de estos barcos supiera por dónde estaba y
no se perdiera, era más que fundamental porque aquellos barcos siempre iban
cargados de metales preciosos, manufacturas y enseres de toda índole. O sea, la
mercancía era más que valiosa.
Por tanto, la
buena formación de los pilotos era un interés prioritario de la corona, y
Rodrigo lo hizo muy bien. Llegó a ser catedrático de cosmografía y arte de
navegar durante treinta y ocho años en los que no solo impartió clases, además investigó
y escribió importantes obras sobre cartografía, náutica y geografía. También
construyó algunos instrumentos que facilitaron la labor de orientarse en medio
del mar, algo que no es nada fácil.
Y como muestra
de cuán importante era la orientación precisa cuando una está rodeado de agua por todas partes haré
un breve paréntesis para contar lo que le aconteció a cierto explorador.
A mediados del
siglo XVI el navegante Álvaro de Mendaña realizó una expedición por el Pacífico
y en su deambular se encontró con las Islas Salomón (cerca de Australia).
Veinticinco años después quiso volver, pero un ‘pequeño error’ de cálculo con
los rudimentarios instrumentos de navegar le desvió y descubrió en su lugar las
Islas Marquesas a muchos miles de kilómetros de las Salomón (el que quiera más
detalles que se mire un mapa, pero ya os digo que están muy lejos unas de
otras). Y todo esto en medio de una vasta extensión de agua donde no hay nada
con lo que orientarse, tan solo las estrellas y si las nubes lo permiten. Se podría
decir que este hombre se hizo un 2x1, pero le salió caro porque murió en el
intento pasándole el marrón a su mujer, Isabel de Barreto, que le acompañaba en
aquella loca aventura, y convirtiéndola así en la primera almirante femenina de la Historia.
Pero esa ya es otra historia.
Volvamos con
Rodrigo. Entre la vasta producción creativa de este catedrático, se encontraban
varias “cartas de marear”. No es que se dedicara a aturdir al personal
escribiendo epístolas, las cartas de marear eran los mapas para seguir rutas
marítimas. Y con esto tuvo algunos problemillas que casi le cuestan el
pescuezo.
Ya hemos visto
cómo saber desenvolverse bien en el océano era importante para el comercio y
por tanto para la economía, así la cosmografía se convirtió en una disciplina fundamental
y… secreta.
La materia
cosmográfica era un asunto de estado porque la explotación de las colonias
dependía de ella. Era indispensable que el enemigo no supiera cómo llegar a
según qué sitios (el enemigo estaba formado por franceses, alemanes e ingleses, todos ellos ávidos y envidiosos de las riquezas que España se estaba agenciando gracias al descubrimiento del Nuevo Mundo).
Y ¿qué hizo
Zamorano para despertar la ira regia? Pues publicar algunas de las cosas que
averiguó. Encima se permitió la osadía de utilizar una lengua vulgar como el
castellano, en lugar del latín, un idioma mucho más fino y también desconocido
por la mayoría del pueblo.
Pero en nuestra
piel de toro somos como somos y no tenemos remedio. Entre los múltiples
defectos que nos caracterizan se encuentra el que no sabemos guardar un secreto
ni a tiros. Resulta que esa ciencia tan oculta fue una de las que más divulgación
tuvo, haciéndose bastante popular por la profusión de manuales de navegar que
circulaban entre los marinos de más o menos enjundia. Y, no solo eso, es que
los manuales se llegaron a traducir a otras lenguas europeas. Luego nos
quejábamos que si los piratas holandeses, que si los ingleses… ¡puñetas, no les
digas por dónde vas a pasar!
Parece ser que
al final, la imprudencia de Rodrigo solo fue castigada con un tirón de orejas y
Felipe II miró para otro lado ―para que luego digan que este rey era duro―.
Puede que
Rodrigo Zamorano no conste en los anales de la historia como un destacado
miembro para la humanidad, pero muchos marinos le deben la vida. Gracias a los
conocimientos, investigaciones y ‘cartas de marear’ de este cosmógrafo, aquellos
marinos aventureros pudieron llegar a sus destinos sin perderse en la inmensidad
del océano.
Toda una lección de historia, sobre todo marítima, la que nos has dado, Paloma. Es de agraceder, pues, por lo menos yo, desconocía la existencia de este cosmógrafo y catedrático del mar. No solo no me has mareado sino que me has ilustrado una vez más con una historia de lo más interesante. Hay qué ver cuantos cerebritos hemos tenido en este país y que no han recibido la retribución y el reconocimiento merecido.
ResponderEliminarDesde luego, echarme a la mar en aquellos tiempos era fruto de una locura o de un empeño gigantesco. Aunque Colón ya había dado a conocer el nuevo mundo, seguir su ejemplo no estaba exento de grandes peligros, uno de ellos el de perderse en la magnitud del océano y morir en el intento.
La anécdota de la filtración de sus hallazgos y conocimientos cartográficos me ha hecho reír. Ciertamente hay muchos bocazas sobre la piel de toro, je,je. Menos mal que Felipe II no se lo tuvo en cuenta.
Un beso, amiga.
Hola, Josep Mª.
EliminarMe enteré de la existencia de este hombre en una conferencia sobre historia de la ciencia en el Renacimiento, lo citaron como de paso y solo hicieron hincapié en que el publicar, además en castellano (incluso tradujo obras importantes que estaban en latín) le supuso algún problema. Luego indagué un poco más y aquí está la publicación. A veces, uno averigua las cosas más interesantes de la manera más casual.
Siempre que leo sobre las expediciones marítimas me quedo con la boca abierta. No sé si has leído 'Magallanes, el hombre y su gesta' de Stefan Zweig, esa biografía es una buena muestra de cómo se lanzaban a la aventura sin apenas saber por dónde iban al relatar la 'anécdota' de cuando la expedición se metió en la desembocadura del río de la Plata y creían que estaban bordeando América porque como no se veía la otra orilla pensaron que estaban en el mar. También leí una novela sobre la expedición de Mendaña a las islas Salomón y que fue a parar a las Marquesas, ahí también pasaron lo suyo y sobre todo es la incertidumbre de no saber dónde estás. Hay que echarle valor.
Me alegra saber que aprendiste y que te divertiste también leyendo esto.
Un beso.
Es interesante saber que hubo un Cosmógrafo español en aquel siglo. Yo pensaba que en los mares en esa época solo viajaban locos sin conocimientos del mar o piratas. Siempre se aprende contigo. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Mamen.
EliminarEn realidad hubo más de uno. Rodrigo Zamorano fue uno de los más destacados. De hecho, en el siglo XVI, los cosmógrafos portugueses y españoles eran los mejores y los que mejor preparación tenían, se llegó a hablar de cosmografía ibérica como una doctrina de excelencia.
Me alegro que hayas aprendido con esto.
Un besote.
Qué interesante todo lo que nos cuentas hoy, Paloma. Realmente orientarse en el mar en aquella época, teniendo en cuenta los pocos medios con los que contaban, ya era toda una heroicidad (y cuestión de suerte a veces, estoy segura). No había oído antes el nombre de este científico y no sabía de sus logros, pero bien merecido tiene el post en tu apasionante sección.
ResponderEliminar¡Un beso de miércoles!
Hola, Julia.
EliminarEste señor es una muestra de cómo muchas personas trabajaron en provecho de todos y no quedó apenas memoria de ello, salvo en los círculos más restringidos de su campo de acción.
Si con esta publicación he dado a conocer a uno de ellos, me doy por satisfecha.
Me alegra mucho que te hayas aficionado a este rincón tan particular.
Un beso de viernes y buen finde.
Nunca he entendido cómo pueden orientarse en el mar, con estrellas o sin ellas, nublado o despejado. Sí, sé que hay instrumentos muy precisos que para mí son un misterio mayor aún que la electricidad (que ya es decir).
ResponderEliminarEs curioso cómo avanza la ciencia cuando de su avance depende la fortuna de los estados. Entonces no hay problemas en financiar la investigación. Por eso los mayores avances se dan en tiempos de guerra cuando los avances sirven para vencer al enemigo, aunque luego tengan aplicaciones pacíficas de lo más interesante.
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarA mí me enseñaron cómo funciona un sextante y un astrolabio y... no me enteré de nada, Aquellos aparatos me parecieron más complicados que un ordenador de la NASA. Yo tampoco entiendo cómo podían orientarse así.
Los intereses militares han estado siempre detrás del avance de la ciencia, nos guste o no. Como tú comentas, cuando la economía de un estado está en juego éste invierte lo que haga falta.
Se dice que la primera guerra mundial supuso el arranque de la química moderna por la utilización de los gases como armamento, y que la segunda fue el arranque de la física moderna por el uso de las bombas nucleares. Luego se pueden obtener usos más beneficiosos y menos cruentos de esas investigaciones, pero el arranque casi siempre es por motivos muy poco salubres.
Un besote.
Nos has dado toda una lección. Cierto que no conocía a Rodrigo Zamorano pero fue muy importante la labor que desarrolló y gracias a él muchos marinos pudieron orientarse y no se perdieron en la inmensidad del mar. La historia está llena de casos como el suyo, científicos y estudiosos de los que poco se sabe y sin embargo hicieron dar grandes pasos a la Humanidad. Un abrazo, Kirke
ResponderEliminarHola, Rita.
EliminarHay muchos héroes anónimos que con su labor ayudaron a muchos e incluso salvaron vidas y que pasaron sin pena ni gloria. Es una injusticia. Si con esta humilde publicación he puesto en conocimiento de algunos la existencia de uno de ellos me alegro muchísimo.
Un beso muy grande.
¡Con la boca abierta te he leído, Paloma! Desconocía a la existencia de Rodrigo Zamorano, y desde luego ha sido todo un descubrimiento su historia. Es que ni recuerdo haberlo estudiado en el colegio, aunque seguro que ni salía en los libros. Esa es otra característica de nuestra piel de toro: el poco aprecio que le damos a nuestros científicos. Artistas o escritores han corrido mejor suerte. Pero si mañana le preguntáramos a alguien por cinco científicos de nuestra historia, seria para echarse a llorar.
ResponderEliminarY aprovecho, no sé si admiten peticiones, para que algún día nos hables de Jerónimo Ayanz. Una figura increíble de nuestra ciencia y que inexplicablemente es invisible en nuestros libros de enseñanza. Un abrazo!!
Hola, David.
EliminarTú no conocías a Rodrigo Zamorano y yo te confieso que no sabía quién era Jerónimo Ayanz. Tras tu recomendación he mirado un poco por ahí y es un tipo interesante, todo un hombre del Renacimiento pues destacó en múltiples disciplinas. No te quepa duda que tendrá su momento en este blog, tengo que averiguar más cosas sobre él. Gracias por citármelo.
Me has dejado preocupada con eso de que si preguntamos por ahí que nos citen cinco científicos españoles no sabrían responder. Pues eso hay que arreglarlo, al menos intentarlo. He mirado el historial del blog y he visto que tan solo un español está en las biografías, ¡qué mal! Enmendaré el fallo, porque hemos tenido, y lo que es mejor TENEMOS, muy buenos científicos.
Desde aquí entono el 'mea culpa' y hablaré de ellos y de ellas (que las científicas están empujando fuerte en España).
Un abrazo.
Hola, Paloma.
ResponderEliminarCreo que la pasión, la necesidad de saber va de la mano de esa locura, así que benditos locos y más a este bocazas que gracias a él se descubrió antes el (pastel) secreto, ;) No conocía este pedazo de la historia, así que te agradezco que nos lo traigas y no solo eso, es que lo haces tan ameno, tan divertido, en varios puntos me has hecho soltar la carcajada y es así como uno aprende, quiere saber más y retiene la información, haciéndola entretenida, como también lo haces tú.
Lo que me extraña es que no tuviera ningún tipo de castigo, eso si que es raro.
Besos.
Hola, Irene.
EliminarEn descargo del pobre Rodrigo, hay que decir que había muchos manuales circulando entre el gremio aunque fuera 'off the record'. Algunos marinos debían salir a la mar por cuenta propia y era lógico que quisieran tener la mejor información posible.
Rodrigo tomó algunos tratados ya publicados en latín, y los pasó al castellano, digamos que los hizo más asequibles, pero alguna de esas informaciones ya estaba ahí. Se dedicó a divulgar, vaya.
Supongo que se salvó de una buena porque en realidad, con su intervención o sin ella, los mapas circulaban más o menos libremente de todas formas. Aunque yo creo que realmente no fue castigado porque instruía muy bien a los futuros pilotos, si lo hubieran metido en la cárcel se hubieran quedado sin un elemento muy valioso, creo que pesó más su utilidad.
Un besote.