miércoles, 25 de septiembre de 2019

Homeopatía, ¿terapia o tomadura de pelo?


En estos tiempos donde ya estamos de vuelta de todo y nos hemos convertido en unos cínicos de tomo y lomo a golpe de decepción, hay ideas, corrientes de pensamiento, que quieren dar el contrapunto, llamar la atención oponiéndose al sistema establecido y que consiguen muchos adeptos.
No estoy yo en contra de oponerme al “establishment” porque siempre he sido algo rebelde y también me gusta mucho tocar las narices al personal (al influyente, me refiero). Sin embargo, no todo es cuestionable, con algunas cosas no se debe jugar y una de ellas es la salud. 
Cuando de salud se trata, mostrarse en contra de lo establecido entendiendo como establecido la experiencia científica no solo es inapropiado, sino también peligroso.
Siempre han existido las llamadas terapias alternativas, pero de unos años a esta parte están teniendo un auge especialmente preocupante. Estas terapias que, como su propio nombre indica, se muestran como una opción diferente a las tradicionales, tienen cierta peligrosidad. Muchas de ellas no son peligrosas en sí mismas afortunadamente la mayoría no hacen nada, ni bueno, ni malo, su riesgo reside en que al aplicarlas el paciente abandona el tratamiento convencional con resultados nada beneficiosos.
La aparición de “especialistas” en este tipo de terapias también está mostrando un repunte alarmante, generalmente estos individuos acompañan su título con el añadido de “naturópata”, algo que gusta mucho al público, porque esa referencia a curar mediante medios naturales parece muy ecológica y ancestral. Todo lo que suena a Naturaleza, o que viene de ella, nos inspira seguridad y yo no entiendo muy bien por qué. De la Naturaleza salen los huracanes, los terremotos, la amanita faloides, las avispas asiáticas o la serpiente cascabel y, sin embargo, estos productos “naturales” no son nada seguros, todo lo contrario.
Cuando desde un punto de vista científico se intenta denunciar estas prácticas, el principal argumento se basa en la falta de evidencia científica. Pero ¿qué es la evidencia científica?  Según los expertos, es el uso consciente, explícito y juicioso de datos válidos y disponibles procedentes de la investigación científica. Esos datos se recogen de miles de experiencias, estudios, resultados, evaluaciones varias y muchas más investigaciones todo depende de lo que se quiera evidenciar científicamente. En resumidas cuentas, la evidencia se basa en numerosos estudios contrastados que pueden «demostrarse». Y esa demostración se hace tras un proceso laborioso.

Pasos a seguir para obtener evidencia científica
Es cierto que si algo no está avalado por experimentos científicos no quiere decir que sea malo o falso, pero cuando de salud se trata la experimentación debe hacerse previamente por los cauces legales, porque utilizar de antemano a personas como ratas de laboratorio, además de irresponsable denota muy poca ética.
Incluso cuando se trata de experimentar desde la legalidad, no se hace a tontas y a locas. Lo que se vaya a probar debe tener una base y partir de una hipótesis fundamentada en teorías científicas que inducen a creer que se darán ciertos resultados y que se ha de confirmar mediante la experimentación.
Es decir, yo no puedo llegar un día y proponer «Tengo un grupo de personas a las que les duele la cabeza, les voy a dar con una cachiporra a ver si así desaparece el dolor». Cabe la posibilidad de que esta idea tan peregrina funcione los individuos golpeados pueden perder la consciencia y no sentir luego ya ningún dolor, pero las ideas, peregrinas o no, siempre deben tener un fundamento teórico que refuerce o venga a explicar lo que queremos encontrar porque resultados como los del experimento de la cachiporra pueden ser ‘relativamente efectivos’ pero erróneos a los pacientes les hemos quitado el dolor pero les hemos provocado una hemorragia cerebral que los dejará en coma toda su vida. 
A veces es la propia experiencia la que nos da una pauta a seguir para investigar. Si nos enteramos de que en una aldea de Guinea, por poner un ejemplo, toda la población es inmune a una determinada enfermedad y los habitantes de esa aldea se caracterizan por comer muchos caracoles, por poner otro ejemplo, podemos sacar la conclusión de que los caracoles protegen contra esa enfermedad, pero en realidad no es tan sencillo. Lo que hay que hacer es evaluar más detenidamente a la población (su entorno, su modo de vida, incluso su genética), desentrañar bien el mecanismo de acción de esa enfermedad contra la que están protegidos y por supuesto, estudiar a los caracoles y establecer un nexo de relación entre la enfermedad y el caracol.
Incluso una vez que se establece la posible relación no podemos afirmar taxativamente que los caracoles son buenos para proteger contra esa enfermedad. Aún habría que realizar muchos pasos más para llegar a la tan ansiada evidencia científica.
En cualquier caso, cuando una terapia se basa en el empirismo, en la experiencia práctica, la bondad de ese tratamiento se ha de poder reproducir en un laboratorio y si no es posible es que esa terapia no es efectiva y nos están engañando.
Una corriente alternativa a la medicina natural es la homeopatía. Este sistema de sanación es muy antiguo, lo descubrió un médico alemán, Samuel Hahnemann, en el siglo XVIII. En esencia esta terapia se basa en un aforismo: «lo similar cura lo similar» y viene a decir que una sustancia que provoca síntomas de enfermedad en una persona sana puede curar esa enfermedad en personas que ya la padecen. Absurdo, ¿verdad? Pues esta terapia anda rondando por muchos hogares y centros sanitarios desde hace más de doscientos años.
El caso es que este médico alemán se basó en un experimento que hizo consigo mismo. Leyendo un tratado sobre la malaria se enteró de que la quina (árbol originario de América del Sur) curaba sus síntomas. Él decidió investigar a su manera y procedió a masticar un poco de corteza de dicho árbol, enseguida comenzó a sentir escalofríos y dolores en las articulaciones, los mismos síntomas que produce la malaria (y el 90% de las enfermedades infecciosas y parasitarias) y de ahí llegó a la conclusión de que una sustancia que puede hacer desaparecer una enfermedad (la sustancia sería la quinina y la enfermedad, la malaria) a grandes dosis puede provocarla, pues cuando sintió esos escalofríos creyó estar padeciendo la malaria (esta enfermedad en realidad la produce un parásito que trasmiten algunos mosquitos). Tras esta deducción tan peregrina, y nada científica, el bueno de Hahnemann le dio la vuelta a su idea y… ¡zas! ¡Nació la homeopatía!
Cuando Hahnemann enunció su teoría se dispuso a elaborar preparados con sustancias que provocaban enfermedades para curar esas mismas enfermedades, pero en un momento de lucidez gracias a Dios decidió diluir esas sustancias en agua (o alcohol) sucesivamente hasta llegar a un punto en que la sustancia en cuestión apenas estaba presente gracias a Dios por lo que quienes tomaron esos preparados no acabaron directamente en el cementerio. Para terminar la poción y que fuera definitivamente efectiva estableció que había que darle un golpe enérgico con algo elástico (él lo hacía con un libro de tapas de cuero). Yo, lo del golpe final lo veo como cuando uno canta un estribillo y al terminar dice “chimpún”.
Para los defensores de la homeopatía, en estas sucesivas diluciones radica la efectividad del tratamiento. Para mí en esas diluciones radica la tomadura de pelo, porque si nos atenemos a la propia técnica, las diluciones se han de hacer sucesivamente «mucho más allá del punto donde ya no permanecen moléculas de la sustancia original», o sea que, si ya no hay moléculas de la sustancia original, entonces… no hay na-da. A no ser que el “chimpún” tenga algún poder físico-químico aún por descubrir y genere ondas sanadoras o algo así.
Tras analizar multitud de preparados homeopáticos en laboratorio se ha visto que estos solo tienen agua y glucosa o algún otro edulcorante, pero ningún principio activo, ni pasivo, ni nada de nada.
Hay mucha controversia últimamente cuando las autoridades sanitarias han calificado esta terapia como pseudociencia sin ninguna credibilidad. Los defensories han puesto el grito en el cielo, han argumentado que hay personas que se curan, aunque no llegan a especificar qué dolencias exactamente son las que se sanan con esta terapia inocua pero inefectiva. Sus defensores (creyentes los llamaría yo) han protestado y se han sulfurado, pero ninguno ha puesto sobre la mesa ningún artículo académico que demuestre la base cien-tí-fi-ca en la que sustentan sus teorías ni, por supuesto, ninguna evidencia que la respalde.
Sé que hay muchas personas que dicen haber curado sus dolencias con la homeopatía. Yo no niego la existencia de esas curaciones o mejoras, pero estoy segura de que la homeopatía nada tuvo que ver en ellas, como estoy convencida de que los milagros no existen. Pero creyentes los hay en todas partes y en la sanidad también.
Personalmente yo prefiero la medicina tradicional, la que ha experimentado, la que se ha contrastado y ha mostrado su efectividad. Que esa efectividad no se dé siempre, no quiere decir que la medicina no sea válida, solo que los organismos vivos actúan de diferentes maneras y muchos no responden como lo hace la mayoría (no-respondedores se dice en el argot), es más, científicamente el agua con azúcar no cura nada, pero algunos pagan más de doscientos euros por diez frasquitos con esa fórmula convencidos de que se van a poner bien.
De todas maneras, como soy una persona que se rige por el método científico y me baso en la experimentación, la próxima vez que me duela la cabeza y no se me quite el dolor con una aspirina, probaré a tomarme solo un vaso de agua, lo mismo me llevo una sorpresa.







domingo, 15 de septiembre de 2019

La eugenesia y sus amiguetes


Mi abuela decía que no hay palabra mal dicha sino mal entendida. Este aforismo se puede aplicar perfectamente a la Ciencia. Muchas teorías científicas fueron reinterpretadas para satisfacer intereses espurios provocando verdaderas calamidades.
Me pregunto qué pensaría Gregor Mendel si supiera que sus experimentos con guisantes, y que fueron el origen de las teorías de herencia genética, abrieron la puerta a proposiciones que ni él sospechaba ni, supongo, habría querido.
El conocimiento de la genética está siendo muy útil para curar enfermedades, eso es innegable, pero también ha servido de excusa para que a algunos se les vaya la pinza y empiecen a degenerar. Algo así pasa con la eugenesia.
Según el diccionario de la RAE, eugenesia es la aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana.
Etimológicamente la palabra eugenesia quiere decir buen origen y parentesco. Así que creo que el concepto se explica muy bien por sí mismo, pero, profundizaré un poco más.
La eugenesia busca el perfeccionamiento mediante la eliminación de los defectos que tiene la raza humana para así hacerla mucho mejor. En principio, la idea puede parecer buena. Si eliminamos, por ejemplo, la capacidad de desarrollar una enfermedad, eso supondría una muy buena mejora. O si conseguimos protegernos 'per se' contra infecciones u otro tipo de alteraciones fisiológicas, eso también estaría fetén. En cualquier caso, y para que quede claro, cuando hablo de eliminar me refiero a un gen*, no al individuo que lo posee.
Pero, las cosas no son tan sencillas, porque el término ‘defecto’ no es igual para todo el mundo. Algunos consideran defectuoso ser negro u homosexual o moreno y bajito o simplemente pobre, así que esos individuos interpretan el término de eugenesia como la forma de cargarse al débil o, mejor dicho, al que le molesta y disgusta.
El concepto de eugenesia nació en el siglo XIX, tuvo bastante aceptación ― Roosevelt y Tesla se encontraban entre sus seguidores―. Darwin algo tuvo que ver o influir (involuntariamente) para que surgiera cuando habló de la selección de especies. ‘Selección’ fue otro término que gustó mucho a los fanáticos de la eugenesia. Al amparo de esta filosofía ―pues en realidad es eso, un tipo de filosofía― se clasificó a los seres humanos como muy valiosos, poco valiosos o sin ningún valor, en función de sus rasgos genéticos, convirtiendo la eugenesia en una especie de higiene racial donde había que “limpiar” la raza humana de negros, judíos, homosexuales y, por supuesto, pobres. ¡Si Mendel levantara la cabeza!
Supongo que a estas alturas muchos estaréis pensando en Hitler, los nazis y su pureza de sangre (aria). Efectivamente, parte del ideario nazi estuvo basado en la eugenesia, pero, contrariamente a lo que cree mucha gente, esta obsesión por cargarse a otras razas no nació en Alemania. Hitler y sus colegas de holocausto leyeron, antes de llegar al poder y ponerse tan masacradores, un libro que fue un auténtico bestseller en su época, “La caída de la gran raza” escrito por Madison Grant. Fue este autor el que inspiró y convenció hasta las trancas a Adolf Hitler para hacer lo que luego hizo en los campos de exterminio y que no voy a repetir porque ya nos lo han contado en muchos otros sitios.
Así que las ideas de cargarse a granel al “inferior” se podría decir que nacieron en el país de la libertad y las oportunidades: Estados Unidos. Porque de allí era Madison Grant (1865-1937), un abogado neoyorquino que tenía entre sus aficiones el naturalismo en general y el racismo en particular.
Este señor fue un firme defensor del llamado racismo científico pues basó sus teorías de exterminio en la Ciencia ―evidentemente de una manera torticera y con muy mala intención―. Sabiendo que muchas propiedades de la fisiología se debían a la herencia genética, él concluyó que si las personas con ‘determinadas características’ no dejaban descendencia, esas ‘características’ desaparecerían de la faz de la Tierra para regocijo y alborozo de los supervivientes. Creo que a estas alturas ya os daréis cuenta que las ‘características’ que Grant estaba interesado en eliminar eran el color negro de la piel, la homosexualidad o la raza judía, por poner unos pocos ejemplos.
Al principio pensó que, para hacer desaparecer esas "taras" tan desagradables, era necesario que los infortunados poseedores de las características indeseables dejaran de procrear y para ello  lo mejor era esterilizarlos e internarlos en guetos, pero eso salía caro y además los resultados se verían a muy largo plazo, así que en su inspiración pluscuamperfecta ideó otro camino más corto y más efectivo: exterminarlos. Esto, que se sepa, no llegó a realizarlo, pero pensarlo, lo pensó.
Algunos pueden preguntarse en qué se basaba Grant para creer que la raza negra, o la judía, eran inferiores. Pues por una razón muy sencilla, como era naturalista, él era muy observador y analítico y captó con su visión científica ―léase ‘científica’ con todo el sarcasmo posible― que los nórdicos eran los mejor preparados y por tanto los más valiosos.
Y es que Grant era un rendido admirador de la ‘raza nórdica’. En su investigación ‘científica’ llegó a la conclusión de que los nórdicos son una raza firme y fuerte gracias a los duros inviernos que deben sufrir en sus tierras nórdicas y frías, ya que eso les obliga a proveerse de alimentos, ropa y cobijo en el corto verano haciéndolos un pueblo industrioso y precavido, condiciones excelsas y muy valoradas por Grant frente al ganduleo propio de las razas meridionales y claro está, inferiores.
Esta teoría del frío y sus consecuencias en el genoma no se sostiene mucho cuando uno va a Mallorca o a la Costa del Sol y ve tanto guiri nórdico tumbado en la playa cual lagartos buscando calor o liándola parda cargados de alcohol hasta las cejas. Pero esto es otra historia, sigamos con el majete de Madison Grant.
El abogado naturalista estableció que los rasgos nórdicos eran muy característicos y fáciles de identificar: ojos azules, pelo rubio, piel clara, nariz estrecha y recta. En su libro “La caída de la gran raza” habla también del pueblo greco-romano ―los morenos y bajitos de Europa― y les concede el beneficio de reconocer que tienen una gran aptitud para el arte y la cultura, aunque son físicamente mucho más débiles que los nórdicos y esto es algo negativo. Es decir, donde esté la capacidad de dar un buen mamporro con toda la mano abierta o cerrada que se quite la destreza para escribir, filosofar, legislar o pintar bien. 
A Grant, además de interesarle el naturalismo le preocupaba lo que ocurría a su alrededor pues era un hombre responsable e implicado en los problemas de su sociedad. Y entre estos problemas se encontraba la inmigración de europeos meridionales, o sea griegos e italianos. Ver pululando por su Nueva York natal tanto latino europeo e incluso algún negro no le gustaba nada de nada. Así que sus ideas de la raza nórdica le venían que ni pintadas para atajar “el problema”. Por cierto, creo que a estas alturas no hace falta decir que Grant era de raza blanca, blanquísima.
Grant murió en 1937 sin descendencia, algo que a una servidora le parece justicia cósmica porque si la estulticia se hereda este señor tuvo su propia eugenesia preventiva. Como la espichó antes de la Segunda Guerra Mundial no pudo ver cómo sus ideas eran tan bien aceptadas y, lo que es peor, aplicadas en la Alemania nazi. De hecho, en los juicios de Nuremberg algunos mandamases nazis llegaron a alegar en su defensa que todo lo que hicieron ―exterminar a diestro y siniestro― estaba basado en las directrices de un libro norteamericano, el de Grant, aunque de poco sirvió porque fueron condenados igualmente.
Esta no es más que una muestra de cómo ciertas teorías que pueden tener su fundamento y su utilidad, en manos de gente retorcida e interesada acaban sirviendo de excusa para los mayores desmanes.
Espero que esta exposición sirva para aclarar el origen de las ideas de pureza racial y también para remover conciencias viendo algunos paralelismos actuales. Si bien ya casi nadie habla de eugenesia, las ideas de supremacía permanecen en algunos sectores y empiezan a proliferar al albur de la crisis económica. Hace unos pocos días, el almuerzo se me indigestó oyendo en las noticias cómo un político decía que había que blindar bien las fronteras con África porque a saber qué enfermedades pueden traer los que vienen de allí. Con noticias de este jaez empiezo a ver la eugenesia como una buena alternativa para purificar la raza humana. Ojalá se descubra algún día qué gen codifica la estupidez y la exterminamos definitivamente.


* En realidad la manipulación genética no suele 'eliminar' genes sino acallarlos para que no se expresen.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Esos locos científicos


Conocer el entorno afectivo y la época histórica en los que se desarrolló un científico ayuda a entender mejor su trabajo. El campo de investigación elegido por algunos personajes estuvo muchas veces condicionado por las situaciones personales de los mismos. Por eso las biografías de los científicos son tan valiosas a la hora de comprender sus obras.

Antes de inaugurar este laboratorio de dementes había experimentado en otro espacio publicando biografías de algunos científicos, fue en el blog Leer, el remedio del alma, en una sección que se titulaba precisamente Demencia, la madre de la Ciencia. Previamente a las nuevas biografías de científicos que se irán publicando, y a modo de recuerdo para los que ya los conocíais y como presentación para los que no, aquí pongo un índice con los enlaces correspondientes.


Isaac Newton











Nikola Tesla












Albert Einstein













Ettore Majorana










Marie Curie












Hipatia de Alejandría












Alan Turing












Trotula de Salerno













Stephen Hawking













Ada Lovelace












Caroline Herschel












Leonardo Torres Quevedo












Henry Cavendish













Gideon Mantell - Richard Owen











Othniel Marsh - Edward Cope











Sofia Kovalevsky












A partir del mes que viene aparecerán personajes nuevos, algunos muy famosos, otros no tanto, pero todos igualmente fascinantes y con una vida digna de ser contada.

domingo, 1 de septiembre de 2019

El laboratorio de los dementes


A menudo la Ciencia se muestra intangible, lejana y ajena a la vida de la gente. Cuando se pregunta al público profano en la materia sobre algún hallazgo científico la mayoría responde con un gesto de incomprensión encogiéndose de hombros. Los temas de Ciencia suelen ser inaccesibles para muchos.
Pero la Ciencia no es así, o no debería serlo. Todo se rige por las leyes de la Naturaleza y la Ciencia se encarga de estudiarlas, entenderlas y explicarlas. Y es en este último objetivo, el de explicar, donde muchas veces la Ciencia (o mejor dicho, los científicos) se equivoca, o no lo hace bien, y entonces se da el desencuentro con el resto de los mortales.
Decía Stephen Hawking que si la gente no sabe qué hacen los científicos no apoyará la Ciencia y eso sería un desastre para la Humanidad. En la actualidad los científicos suelen contar lo que hacen —o casi todo lo que hacen— pero el problema es que no lo cuentan muy bien y no se les entiende, lo que al fin y al cabo es como si no lo contaran. Es entonces cuando la gente no sabe qué hacen, no apoya la Ciencia… y viene el desastre.
Es muy importante que los científicos expliquen su trabajo de manera que se comprenda.
Albert Einstein dijo que no entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela. O la mayoría de los científicos no tienen abuelas a quienes explicar sus cosas y no se aplican la idea de Einstein o casi todos los científicos no piensan como Hawking sobre la divulgación, porque el público cuando intenta indagar sobre conceptos científicos se estrella contra un muro de galimatías incomprensibles.
Y a mí esto me subleva. Me considero científica —mi formación académica y mi trayectoria laboral así lo acreditan— y creo que la Ciencia se puede explicar con claridad y sin distorsionar —algunos medios divulgativos en su afán de acercar la Ciencia simplifican tanto que deforman el concepto a exponer hasta falsearlo, y eso tampoco está bien—. Quizá para entender algunos conceptos se requiera formación específica, pero en esencia lo más básico sí se puede expresar de forma comprensible. Todo es cuestión de proponérselo. Como Hawking pienso que la gente debe saber qué hacen los científicos para así descubrir la importancia de la Ciencia en la vida.
Mi misión en este blog, que hoy comienza su andadura, será explicar Ciencia. En este particular laboratorio que hoy inauguro se harán experimentos muy peculiares. Habrá secciones donde comentaré distintos temas relacionados con la Ciencia, desde descubrimientos que supusieron un hito en el devenir de la Humanidad hasta las últimas noticias sobre algunos avances científicos. Y espero que todo se presente bien explicado y fácil de entender.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que muchas veces para asimilar el trabajo de un científico ayuda saber cómo fue su existencia, su entorno, el ambiente afectivo y social en el que se desarrolló y que condicionó su forma de concebir la vida influyendo en sus inquietudes científicas. La biografía “emocional” de algunos científicos es la mejor manera de comprender sus estudios y trabajos. Por eso también en este laboratorio habrá espacio para la vida de algunos científicos que con sus investigaciones contribuyeron a mejorar la vida de los demás. Lo haré a modo de homenaje y también para hacerlos más cercanos en el caso de los famosos y de que sean más conocidos en el caso de los que pasaron desapercibidos.
No obstante, la misión de explicar ciencia se antoja algo complicada porque, a lo enrevesado de algunas nociones, se debe añadir una característica que suele adornar a la mayoría de los científicos: la demencia. Este estado mental es frecuente en quienes se dedican a investigar. Algunos pueden pensar que es debido a los diferentes gases tóxicos que se encuentran en la atmósfera de los laboratorios, otros pueden creer que se deba a tantas horas de estudio que provocan daños neuronales. Yo no sé muy bien por qué se da esa conjunción de demencia con ciencia, yo solo me limito a observar y a constatar que así es.
Yo misma he sentido esa enajenación mental en algunas ocasiones. Cuando un experimento no sale bien una y otra vez, cuando complejos aparatos sofisticados del laboratorio toman vida propia y actúan por su cuenta sin intervención humana de por medio, cuando una reacción química reacciona (valga la redundancia) a su bola y da otra cosa inesperada (e inexplicable)… son muchos los momentos en los que investigando he creído volverme loca. 
Dedicarse a la Ciencia requiere de cierta inconsciencia que bien podría considerarse locura pues el entorno no facilita investigar en algunos lugares. En España, donde los apoyos oficiales son escasos (tirando a nulos), buscar financiación externa es un buen motivo para enloquecer, aunque esa es otra historia. Los múltiples impedimentos de todo tipo que un investigador se encuentra a su paso, convierte la labor científica en una carrera de obstáculos que puede desanimar al más pintado, a no ser que el científico en cuestión esté como una chota y se lance a la aventura sin importarle mucho todos los escollos con los que se va a topar.
Por todo esto puedo asegurar y aseguro que para dedicarse a la Ciencia hay que estar loco. Y como la Demencia acompaña (casi) siempre a la Ciencia he creado un laboratorio de dementes. Un laboratorio para todos aquellos que quieran sumergirse en la locura de la pasión científica, para todos aquellos que quieran averiguar los entresijos de la Ciencia, de su historia y de sus científicos.
No hace falta ser una persona de ciencias para visitar este laboratorio, ni siquiera poseer conocimientos al respecto, tan solo es necesario tener curiosidad, querer conocer y entender por qué los seres vivos son como son, por qué la Naturaleza es así. El ansia de conocimiento y la búsqueda de explicaciones es la base del método científico y el motor que ha hecho que la Humanidad evolucione.
Como todo buen trabajo científico, este proyecto que hoy comienzo ya tuvo su fase de experimentación previa. Fue en otro blog, (Leer, el remedio del alma) y ahí publiqué algunas biografías de científicos. La buena acogida y los resultados aleccionadores que tuvo esa sección han provocado que “Demencia, la madre de la Ciencia” tenga su propio espacio en forma de blog.
Aquí, con mayor amplitud y con entidad propia, la Ciencia y la Demencia serán las protagonistas absolutas. Con diferentes métodos de experimentación estudiaré, investigaré e interpretaré los resultados en forma de publicaciones y con la esperanza de que sean comprensibles y útiles.
Este lugar va a ser un ente vivo y como tal se desarrollará e irá cambiando. Puede que ahora sea algo sencillo, con pocas secciones: el blog es un bebé y le faltan muchas cosas. Luego, con el paso del tiempo, irá adquiriendo más sabiduría, experiencias de las que aprenderá. Es posible que tenga errores, fallos que intentará arreglar y mejorar. Pero para que este blog se muestre vivo cuento con vuestra colaboración, con la aportación de todos los que por aquí paséis. El blog va a necesitar alimento y lo hará con vuestros comentarios, con vuestras sugerencias. De esta manera se podrá establecer una simbiosis enriquecedora para todos.
El laboratorio de los dementes abre hoy sus puertas y os invito a pasar para que experimentéis la locura de la Ciencia. Ojalá os contagiéis con esa maravillosa demencia que nos vuelve curiosos, que nos incita a descubrir, a conocer, a saber más para volvernos más sabios y por tanto más poderosos.
¡Bienvenidos al laboratorio de los dementes!