miércoles, 5 de mayo de 2021

Dieta Raw y Paleodieta: nutrición vintage

 


A lo largo y ancho del mundo de las dietas, uno se puede encontrar de todo, desde dietas basadas en los colores de los alimentos hasta las que te dicen qué comer según la fase lunar. Ninguna de estas dietas tiene evidencia científica, aunque sus creadores y fieles seguidores se empeñen en demostrar lo contrario con argumentos de lo más peregrinos. Dentro de este amplio y variado abanico de ofertas dietéticas algunas se llevan la palma, como las dos que hoy traigo al blog: la dieta raw y la paleodieta.

Estas dietas se basan en la premisa de “cualquier tiempo pasado fue mejor” lo que llevado a la nutrición se traduce en comer como lo hacían nuestros antepasados de hace muchos miles de años. O sea, una forma de alimentarse a lo vintage.

La dieta raw se basa en comer los alimentos crudos (o casi crudos) ―y, por supuesto, sin procesar― en la creencia de que si no se cocinan no pierden sus cualidades nutricionales. Es cierto que las altas temperaturas a las que se someten algunos alimentos al cocinarlos los alteran y en algunos de ellos, además, se forman sustancias perjudiciales. Pero el calentamiento culinario es casi siempre necesario; esa temperatura elevada se carga mogollón de bacterias que si entran en nuestro organismo nos pueden mandar al otro barrio. La temperatura también rompe moléculas complejas de los nutrientes que “enteras” no podríamos digerir ni aprovechar. La carne cruda no solo no es más sana, es que no se aprovecha igual que si se cocina, las proteínas llegan enteritas a nuestro intestino y nosotros no podemos absorberlas igual. Lo mismo ocurre con el almidón y la celulosa de los vegetales, si no se cocinan los eliminamos a través de las heces y hemos perdido el tiempo comiendo cosas que no nos sirven nada más que para masticar y para eso ya tenemos el chicle.

Si nuestros ancestros se alegraron tanto al descubrir cómo hacer fuego no fue por capricho. Ese descubrimiento no solo consiguió que pudieran calentarse en invierno, tener luz por la noche y defenderse de otros depredadores, también les permitió comer mejor y más seguro. Puede decirse que nuestro desarrollo intelectual inició su despegue cuando comenzamos a cocinar ―especialmente la carne―. Este fue un factor determinante en la evolución, de lo contrario no estaríamos aquí ―y Arguiñano tampoco―.

 


La Paleodieta defiende una alimentación similar a la que seguían nuestros ancestros del Paleolítico (periodo histórico que abarca desde hace unos 2,59 millones de años hasta hace unos 12 000 años, milenio arriba, milenio abajo).

Para empezar, no estamos seguros de qué es lo que comía el hombre del Paleolítico. Por fósiles (huesos de mandíbula humana y restos de otros animales y vegetales) encontrados en las cuevas y lugares donde habitaban estos antepasados lejanos podemos hacernos una idea, pero qué comían los paleolíticos a ciencia cierta, no lo sabemos.

Sí se sabe que no conocían ni la agricultura, ni la ganadería ―el que quiera averiguar por qué sabemos eso que se lea los libros de Arsuaga o de algún colega suyo―. Por lo tanto, para comer carne tenían que cazar y para comer frutas, verduras o granos (cereales silvestres) tenían que recoger lo que creciera en las matas, arbustos y árboles de los alrededores.

Evidentemente, los frutos, bayas o lo que fuera que se encontraban no eran ni transgénicos, ni procesados, ni nada por el estilo. Las piezas que se cazaban eran animales salvajes que vivían en libertad y por tanto no se habían “medicado” con ningún producto veterinario, además, ellos, los animales, también tenían que moverse para ganarse el sustento por lo que su carne era mucho más magra y sin apenas grasa (es lo que tiene la libertad, que no se puede vivir de la sopa boba). Visto lo visto, uno podría pensar que esos alimentos eran mucho mejores que los que comemos nosotros ¿no? Si a esto añadimos que el hombre (y la mujer) del Paleolítico se movía mucho (cazar y recolectar implica un ejercicio físico que no se da en los oficinistas ni en la mayoría de los funcionarios), puede parecer que su estatus era muy saludable.

Bueno, puede parecerlo, pero no es así. Un animal salvaje también enferma y sin un control veterinario puede darnos un buen susto (más aún si, encima, te lo comes crudo). Además, a los animales salvajes no les suele gustar que los cacen y, algunos, tienen la mala costumbre de defenderse atacando al cazador y convirtiéndose este en comida para la supuesta presa.

Las bayas y frutos también tenían su riesgo, porque no había transgénicos pero las toxinas que suelen producir algunos frutos silvestres existen desde que el mundo es mundo.

Así que, la vida del Paleolítico no era precisamente idílica. De hecho, estoy segura de que si un hombre de aquella época pudiera viajar en el tiempo y viera a algunos defender ese modo de vida… les abría la cabeza con el hacha de piedra para cazar bisontes.

Cuando se les rebate, los que abogan por la alimentación de aquella época puntualizan y entonces hablan de solo comer y, además, “parecido”, olvidándose de las demás condiciones (ser ensartado por los colmillos de un mamut o de un jabalí, o morir envenenado por un hongo puñetero). Y cuando dicen parecido se refieren a comer carne magra, mucha fruta y verdura, nada de alimentos procesados, y hacer ejercicio diariamente ―a falta de oportunidades para ir a cazar ya que no hay tanto ciervo suelto para toda la población que somos―.

Carne con poca grasa, fruta y verdura, cereales enteros, ejercicio diario… ¿os suena esto? A mí sí. Son los rudimentos de la Dieta Mediterránea, una dieta que empleaban nuestros ancestros más cercanos, o sea, nuestros abuelos. Unos abuelos que, por cierto, cocinaban estupendamente y tenían unas recetas de lo más sabrosas que han perdurado a través del tiempo.

Quienes defienden estas dietas vintage quieren regresar a la alimentación antes del fuego, antes de la ganadería y antes de la agricultura: los tres grandes hitos en la evolución humana, los tres grandes descubrimientos que lo cambiaron todo y nos diferenciaron para siempre del resto de los seres vivos.

Cualquier tiempo pasado no fue mejor y negar las bondades de la evolución es vivir en la ignorancia, o en los árboles, como los antepasados (cercanos) de los involucionistas: los monos.




viernes, 23 de abril de 2021

Gluten: el malo de la película

 

Hace unos días recibí una crítica hacia este blog, vino de parte de una alumna que es seguidora en la sombra (así llamo a los que leen, pero no comentan). El caso es que me dijo que vino hasta aquí pensando que habría publicaciones sobre nutrición ―soy profesora suya de esa asignatura― y resulta que no encontró ni una. Aunque le gustó lo que leyó ―supongo que esto lo dijo para asegurarse mi buena disposición cuando le corrija los exámenes― echó de menos algo sobre dietas, alimentos y suplementos nutricionales; ella buscaba encontrar críticas ácidas de los bulos que se encuentran en internet a cuenta de la alimentación pues es algo con lo que les doy mucha caña a mis alumnos.

Como tenía razón ―no he escrito nada sobre nutrición en este blog― y como rectificar es de sabios, intentaré hacerme sabia incluyendo de vez en cuando publicaciones sobre nutrición ―y dando caña con las barbaridades que por internet circulan, me recordó mi alumna―.

A partir de hoy nace una nueva sección en el blog que se llamará «Vamos a comer bien (y dejarnos de tonterías)». Además, la inauguro con una publicación que supongo sorprenderá a más de uno por lo que voy a “revelar”: el gluten.

¡Vamos allá!

De unos años a esta parte nos hemos acostumbrado a encontrar muchos productos alimenticios con la etiqueta SIN donde, erróneamente, pensamos que aquello que va al lado de la palabra ‘sin’ está ausente en ese producto; sin embargo, lo de «sin» no quiere decir que no tenga nada de lo que ahí se avisa, pero esa es otra historia. El caso es que ya tenemos casi incrustado en el genoma lo de «Sin sal», «Sin azúcar», «Sin lactosa» «Sin gluten». Que te avisen de que un alimento no tiene algo ya implica, subliminalmente, que ese algo es malo, y eso no es del todo cierto. El caso más claro es el gluten, ese enemigo a abatir desde hace unos años al que le hemos cogido mucha tirria y sin estar seguros de por qué.

Para empezar: ¿sabemos qué es el gluten? ¿sabemos en qué alimentos se encuentra?

El gluten es un conjunto de proteínas presentes en casi todos los cereales. Y si digo cereales, es cereales o, lo que es lo mismo: no está en las verduras, ni en las legumbres, ni en la fruta. O sea, si vais al supermercado y os encontráis con tomates, o lechugas, o cualquier otro producto no procesado que no sea o contenga cereal, y en el etiquetado pone «Sin gluten» os están dando una información que no sirve para nada porque esos alimentos no tienen gluten nunca, lo ponga o no lo ponga el envoltorio.

Como decía, el gluten se encuentra en casi todos los cereales, aunque en algunos más que en otros, pero hay dos excepciones: el arroz y el maíz (bueno, y además el mijo y la quinoa, si somos aficionados a la alimentación internacional y/o pija). Este conjunto de proteínas da unas características especiales al cereal, sobre todo al trigo pues en el gluten radica la llamada calidad panaria. Cuando nos comemos un trozo de pan esponjoso, con una corteza crujiente y con una textura suave es gracias al gluten que forma una especie de red o entramado en la masa y atrapa los gases producidos por la fermentación de la levadura, produciendo esa miga esponjosa y tan rica.

Pero el gluten no es tolerado por toda la población. Determinadas personas reaccionan ante estas proteínas de manera indeseable, generando anticuerpos que desencadenan una reacción inflamatoria provocando síntomas que van desde distensión abdominal (la tripa se te hincha como un globo), hasta diarrea (te vas por la pata abajo) pasando por vómitos, incluso decaimiento y depresión. A estas personas que son alérgicas al gluten se les llama celiacos.

Evidentemente los celiacos deben eliminar el gluten de su dieta, pero… ¿y los no celiacos, deberían dejar de tomar gluten? La respuesta es ¡NO!

Alguno pensará que, aunque no se sea celiaco, si no se ingiere en la dieta ese elemento tan perturbador como es el gluten será mejor de todas maneras. Pues quien así piensa se equivoca de medio a medio ya que una dieta sin gluten tiene sus inconvenientes.

Estudios con evidencia científica han revelado que los celiacos presentan más riesgo de obesidad, tienen niveles más altos de colesterol y de triglicéridos ―marcadores importantes para avisarte de un fallo cardiaco―. Y todo esto ¿por qué? POR TENER UNA DIETA LIBRE DE GLUTEN.

Los alimentos libres de gluten sufren un procesado el cual lleva implícito cambios en su composición. Si alteramos la composición de un alimento lo estamos procesando, y ya sabemos todos, sobre todo los agonías de la alimentación “saludable”, lo malos, malísimos que son los alimentos procesados. Resulta irónico que quienes optan por alimentos sin gluten, sin ser celiacos, argumenten que se interesan por una alimentación sana y recurran a alimentos procesados, uno de los símbolos de la alimentación poco adecuada.

En dicho procesado se suelen aumentar las grasas, sobre todo las saturadas (de ahí que el colesterol y los triglicéridos se vengan arriba en las analíticas). Este tipo de alimentos, y me refiero especialmente al pan sin gluten, suelen ser más ricos en hidratos de carbono para dar palatabilidad  porque si no aquello no hay quien se lo coma de lo malo que está; este nivel más alto en hidratos de carbono, además de que sube la glucosa, junto con el aumento de grasa, favorece la ganancia de peso porque los alimentos sin gluten aportan mucha más energía que los “normales”.

Por si no fuera poco, añadiré que las dietas libres de gluten son pobres en calcio, hierro y fibra. No me voy a extender sobre los motivos, pero así es.

En resumidas cuentas, el consumo de estos productos alimenticios “saludables” libres de gluten te abocan a que si te haces una analítica suspendas en glucemia, colesterol y algún marcador más.

Así que el que se piensa que una dieta sin gluten es más saludable se está colando. Al que haya tenido la mala suerte de padecer celiaquía no le queda más remedio que recurrir a ese tipo de dieta ―está en juego la integridad de su intestino―, pero los que tenemos la fortuna de no padecerla, demos gracias a los dioses y alegrémonos de poder comer pan de trigo rico, rico, rico. Amén.

 



viernes, 19 de marzo de 2021

Hildegarda de Bingen: la monja profetisa y científica


 

«Oh frágil ser humano, ceniza de cenizas y podredumbre de podredumbre: habla y escribe lo que ves y escuchas».

SCIVIAS, Hildegarda de Bingen

En la Europa de la Edad Media el papel de la mujer en la sociedad estaba supeditado al hombre y al cuidado de los demás: o bien a cuidar a su marido y a su prole o bien a cuidar a sus padres o parientes más desvalidos, cuando no las dos cosas. La probabilidad de que una mujer adquiriera educación más allá de leer y escribir era muy remota, pero no imposible.

Había una posibilidad de formación y libertad para las mujeres si se movían en determinados círculos: el convento.

La mayoría de las monjas llevaban una vida de aislamiento y soledad dedicada a la oración, pero muchos conventos de la Edad Media eran bastante liberales: proporcionaban a las mujeres una vida cómoda y con acceso a la educación. La mayoría de estos conventos contaban con hermanas de congregación médicas y enfermeras que se encargaban de la salud de sus moradoras. Incluso, algunas no pronunciaban sus votos permanentes y conservaban bastante libertad de movimiento fuera de los muros conventuales.

Ni que decir tiene que estas mujeres procedían de clases altas o de la misma realeza.

De una familia poderosa e influyente provenía nuestra protagonista de hoy. Hildegarda nace en 1098. Octava hija de unos nobles terratenientes alemanes, siempre tuvo una salud endeble y sus padres, en la creencia de que no llegaría a la edad adulta, la encerraron en un convento benedictino que dirigía una tía suya, la abadesa Jutta.

La tía Jutta se encargó de educar a Hildegarda en latín, oraciones y música: lo normal en un convento. No se sabe en qué momento Hildegarda sacó los pies del tiesto y empezó a aprender más de lo esperado, pero el caso es que con treinta ocho años sucede en el cargo a Jutta y se hace abadesa además de escribir unos cuantos tratados de cosmología-mística que dejan a propios y extraños con la boca abierta. Ella, además de culta, es muy avispada, y para no suscitar recelos va y dice que todo lo que escribe no es cosa de ella, que es cosa de unas visiones que tiene gracias a Dios que la inspira y la guía.

Más adelante, y fuera ya de la Edad Media y sus supersticiones, algunos historiadores creen que las visiones que decía tener Hildegarda eran el producto de las fuertes migrañas que padecía e, incluso, de los posibles ataques de epilepsia que se cree tuvo.

Con el pasar de los años, Hildegarda adquiere influencia y estatus, interviniendo en política y todo: emperadores y nobles acuden a ella en busca de consejo. Además, se viene arriba y se pone a profetizar a través de sus sermones ―la apodan la Sibila del Rin― y a los que osan contravenirla los intimida con vaticinios muy poco halagüeños de manera que se asustan y dejan de importunarla. La señora tenía unos ovarios bien puestos, y genio también.

Pero Hildegarda no solo escribió tratados de cosmología por inspiración divina; donde realmente dio el do de pecho fue en la medicina.

Con más de cincuenta años de edad escribe una enciclopedia de historia natural, en ella describe más de 230 plantas y 60 árboles, también peces, aves, reptiles y mamíferos, piedras y metales. Muy completa la obra. En las plantas, además de describirlas, incluía su aplicación farmacológica con lo que la enciclopedia se usó como texto para enseñar medicina en la escuela de Montpellier; ahí es nada. Esta obra, que comprende varios libros, no fue el resultado de la inspiración divina ni de las visiones causadas por las migrañas o por la epilepsia; ella misma se encargó de dejar claro que aquello era fruto de la experimentación y la observación. A Dios lo que es de Dios, y al César (o a la Ciencia) lo que es del César.

A lo largo de su extensa vida ―los que creyeron que se moriría joven se equivocaron de medio a medio― escribió más libros de visiones místicas y también obras musicales, pero su fama como sanadora con poderes milagrosos fue mayor que su reputación como mística y visionaria.

Aunque su medicina tenía ciertas peculiaridades porque mezclaba a Galeno con textos bíblicos (para algo era monja, qué caramba), algunas de sus recomendaciones eran más que novedosas y muy eficaces. Por ejemplo, insistía en la importancia de la higiene y de la dieta, el descanso y el ejercicio, algo que hoy está más que asumido, pero que en la Edad Media sonaba a raro, raro. En uno de sus libros científicos se subraya lo importante que es hervir el agua antes de beberla, especialmente la de los ríos y pantanos.

También aconsejaba el uso de medicamentos en dosis pequeñas, recetando remedios sencillos, pero eficaces, para los pobres, y elaborados, y más caros, para los ricos. Monja, curandera y socialmente comprometida.

Hildegarda llegó incluso a tocar, muy de refilón, la genética. En el siglo XII aún quedaba mucho para que viniera Mendel ―otro monje como ella, mira tú por dónde― a hablar de descendencias y herencias, pero ella aventuró que, según el carácter de los progenitores, los hijos tendrían unas determinadas características físicas y psicológicas. Sí es verdad que, a este respecto, se le fue un poquito la olla y llegó a decir que el carácter del futuro niño dependía del día en que se concebía y hasta pronosticó la naturaleza de las personas concebidas en cada uno de los días del mes lunar. Por ejemplo, una mujer concebida en el día 18 tendrá salud y longevidad, pero estará predispuesta a la locura, además de ser una mentirosa que provocará la muerte de hombres honorables. Estamos en plena Edad Media y tampoco podemos ser muy rigurosos con la pobre Hildegarda que fue una mujer fruto de su época, al fin y al cabo.

Hildegarda muere en el año 1179. Tiene 81 años. Está claro que su mala salud no le restó ni años de vida ni inteligencia.

Intentaron santificarla varias veces, pero algo no cuajó ―yo creo que eso de que curaba no estaba bien visto en algunos sectores eclesiásticos― y nunca llegó a los altares. Aunque no está canonizada, la Iglesia la incluye en el martirologio romano y es venerada como una santa, a pesar de que algunos insistieron en tildarla de bruja ―por eso de ponerse a profetizar y curar siendo mujer―.

Santa o impía, Hildegarda dejó un importante legado científico/místico/cosmológico, y se la considera la naturalista más distinguida y la filósofa más original de la Europa del siglo XII.

Vaya esta entrada para homenajear a otra pionera y adelantada a su tiempo. Y monja.

 


 

 

 

 

jueves, 25 de febrero de 2021

Perseverancia, la otra madre de la Ciencia

 

Hace unas semanas en la sección de grandes cagadas de la ciencia expuse el caso de la prueba fallida con el prototipo de Starship, diseñado para hacer viajes privados en plan turista a Marte, que se estrelló y se hizo fosfatina ante la mirada de cientos de periodistas y científicos varios. En aquella publicación (Starship: aterriza como puedas) ya hice mis comentarios pertinentes sobre lo de practicar turismo interplanetario y, aunque no quiero hacer más sangre, añadiré que la empresa privada repitió la prueba a principios de este mes con los mismos resultados desastrosos: se volvió a estrellar.

Pero no todos los proyectos que tienen como objetivo llegar a Marte son tan malos. La agencia estatal norteamericana que se encarga de las misiones espaciales, o sea, la NASA, tiene entre sus planes la misión Mars 2020 y en este caso el objetivo no es mandar turistas a Marte, sino recopilar muestras e imágenes para conocer mejor y saber más cosas del planeta vecino.

 Para la recogida de muestras y para hacer las fotos, e incluso para grabar sonidos, además de poder moverse, se diseñó un Mars Rover (vehículo especial para moverse por Marte) al que se le bautizó con el precioso nombre de Perseverance (Perseverancia) y que los ingenieros de la NASA apodan cariñosamente como Percy.

El pasado mes de julio Percy fue lanzado desde Cabo Cañaveral (Florida) rumbo a Marte. Tras recorrer casi quinientos millones de kilómetros y después de viajar durante siete meses el vehículo llegó “sano y salvo” a Marte. El amartizaje fue correcto y no hubo que lamentar daños materiales; se ve que utilizan una tecnología mejor que la del Starship. Después de unos minutos de incertidumbre ―la señal que envía el vehículo tiene retardo porque Marte está muy lejos― y cuando Percy dio señales de “vida”, todos los ingenieros participantes en el proyecto y medio planeta, respiraron aliviados y alborozados. Y no es para menos porque Percy entró en Marte a toda pastilla, a 22.000 km/h, y que consiguiera posarse sin romperse nada indica, además de una forma de trabajar excelente, casi un milagro. De la alegría y del alborozo pudimos ser testigos al escuchar de viva voz y en perfecto español a una de las ingenieras de la misión, Diana Trujillo, que retransmitió en directo la llegada de Percy a Marte.

Que una ingeniera de un proyecto de esta envergadura tenga nombre hispano puede resultar llamativo, pero la cosa no se queda ahí, porque entre los aparatos científicos que lleva Perseverance se encuentra uno diseñado y financiado por España entre el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y el INTA (Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial): tecnología española ha llegado a Marte. Además, y para rematar, la primera señal que emitió el robot Perseverance después del amartizaje la recibió una antena en suelo español situada en el observatorio que tiene la NASA (en colaboración con el INTA) en Robledo de Chavela.

Este es un proyecto financiado con fondos estatales, principalmente norteamericanos, al fin y al cabo la NASA pertenece a Estados Unidos, pero también han colaborado otros países, como el nuestro. Algunas empresas privadas han participado en la fabricación de alguno de los componentes del robot, pero en esencia es un proyecto público y como tal no busca un rédito económico sino científico; aunque no hay que perder de vista la pasta que cuesta todo esto, el motor que mueve este tipo de proyectos es el conocimiento.  

Una vez asentado en Marte, Percy debe buscar trazas de organismos extinguidos en el cráter Jezero porque los científicos creen que allí hubo vida hace millones de años ―piensan que el cráter de 45 kilómetros de diámetro fue un lago gigante―.

Si se demuestra esta teoría, indicaría que no solo en la Tierra fue posible la vida y dejaría con la boca abierta a más de uno; aunque lo que realmente dejaría con la boca abierta a todos es que encontrara indicios no de vida pasada, sino de vida presente. ¿Os imagináis que entre las imágenes que nos mande se vean marcianos?

Es grande la expectación ante lo que se pueda encontrar Percy, puede que no todo sea indicativo de algo, pero seguro que su búsqueda será rigurosa e insistirá (con el nombre que tiene no le queda otra). Desde luego tiempo no le va a faltar porque se va a tirar en Marte casi dos años ―después de un viaje tan largo y tan arriesgado, qué menos que quedarse allí una buena temporadita―. Cuando regrese a la Tierra ya veremos qué hay entre los «souvenirs» que se traiga.

No sabemos qué nos vamos a encontrar en los vídeos que nos envíe Percy o lo que hallarán los científicos al analizar las muestras, pero de momento, y mientras Percy vuelve, aquí tenemos las primeras imágenes en color: una preciosidad.

 







jueves, 11 de febrero de 2021

De mujeres y de niñas científicas: de tal palo, tal astilla

 

Hoy se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. No me gustan mucho estos días internacionales porque eso quiere decir que lo que sea que se celebre necesita visibilidad y si no se ve, mal vamos.

Tampoco me gusta ponerme de ejemplo de nada, pero voy a aprovechar este día para celebrar algo que tiene que ver con las mujeres y las niñas en la Ciencia y que me afecta muy directamente.

Desde adolescente me atrajo la ciencia. Las clases de Biología, de Física y Química y de Ciencias Naturales eran las que más me gustaban. Debo añadir que tuve excelentes profesoras (curiosamente todas fueron mujeres); la pasión que volcaban al explicar en clase era contagiosa y me infectaron su entusiasmo de manera que decidí seguir estudiando esas materias en la Universidad.

Nada más terminar la carrera me puse a investigar; primero realicé una tesina y luego, tras un paréntesis de más de veinte años en los que me dediqué a buscarme la vida trabajando en la sanidad privada ―la investigación puede ser apasionante pero no da para comer en muchos casos―, volví a la investigación con la realización de una tesis doctoral, y aquí sigo, compaginando investigación con docencia ―ahora, igual que hace veinte años, investigar no es nada rentable y hay que hacer otras cosas si no te quieres morir de hambre―.

Entre investigaciones y trabajos remunerados formé mi propia familia: me casé con un compañero de estudios universitarios y tuve una hija. Ella, al igual que yo, tuvo excelentes profesoras de ciencias en el colegio (nuevamente, y como me pasó a mí, eran mujeres) que también la hicieron ver lo apasionante que es la ciencia. En el caso de mi hija esa afición que se despertaba en el colegio se veía además reforzada en casa porque sus padres somos de la misma cuerda. El caso es que decidió estudiar también una carrera de ciencias ―concretamente, la misma que su padre y yo―.

Muchas de nuestras sobremesas tras el almuerzo o la cena suelen versar sobre temas científicos. Puede que esto resulte raro, pero hablar sobre Gran Hermano, Master Chef o La Liga no nos mola, preferimos discutir si la vacuna de Pfizer es mejor que la de AstraZeneca o si el test de antígenos es fiable o no.

El caso es que hace unos años, volviendo de compras ―seremos científicas, pero nos gusta ir a la moda―, estuvimos charlando sobre un trabajo que ella estaba realizando para una de sus asignaturas de la carrera y que trataba sobre las damas de Salerno ―las primeras mujeres formadas en medicina en el siglo XI―. La conversación derivó hacia otras pioneras en otros campos de la ciencia y cómo fueron ninguneadas. Mi hija, además, me citó algunas de las que yo era una completa ignorante.

Por aquel entonces yo tenía una sección de ciencia en otro blog ―el germen que daría lugar al actual blog― y mi hija me sugirió que escribiera sobre esas científicas ignoradas por la historia.

Ese fue el inicio de una colaboración entre nosotras que hace unos días cristalizó de manera “seria” en forma de un artículo publicado en una revista científica. Al final de esta entrada pongo el enlace, pero el artículo versa sobre dos mujeres que tuvieron que pelear contra viento y marea para poder estudiar medicina y que, con su lucha y tesón, allanaron el camino a las demás.

He publicado muchas cosas en diversas revistas de ciencia, con más o menos proyección internacional; he tenido el honor de compartir autoría con muy buenos investigadores con excelentes currículums, pero este artículo siempre quedará en un lugar muy especial para mí pues el nombre de “mi niña” aparece junto al mío, y además para tratar un tema que nos apasiona y nos preocupa a las dos: el papel de la mujer en la ciencia.

Artículo Journal of Negative & No Positive Results





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viernes, 29 de enero de 2021

Starship/Super heavy: aterriza como puedas

 


Son muchas las meteduras de pata que la ciencia nos ha regalado, algunas veces para choteo del personal, otras con consecuencias más dramáticas. Hoy traigo una que no tuvo que lamentar daños personales pero que le faltó poco.

Starship /Super heavy (barco de las estrellas súper fuerte en inglés) es el nombre que le han dado a una nave espacial que pretende hacer viajes privados al espacio sideral. Del diseño de esta nave se encarga la empresa Space X.

La empresa en cuestión está empeñada en hacer llegar al común de los mortales la posibilidad de viajar a otros planetas sin necesidad de ser astronauta, una condición que requiere muchos años de estudios y preparación intensa.

En el primer escalón de esta subida a los cielos se encuentra Marte; es el objetivo inicial por ser uno de los planetas más cercanos a la Tierra. Por lo visto lo de viajar a la Luna ―sería el lugar más cercano y por tanto más accesible, aunque no sea un planeta― no seduce a casi nadie. Parece que Julio Verne y muchos lunáticos han hecho demasiado vulgar ese destino.

Así que Marte sería el posible primer destino en plan viaje organizado para turistas aventureros ―y millonarios porque el billete saldrá por un pico: medio millón de dólares―.

Y de que siga este proyecto adelante se ha implicado personalmente Elon Musk. Este señor, un físico-inventor-emprendedor multimillonario ―es la persona más rica del mundo según Forbes―, es cofundador de Space X y de PayPal, también forma parte de la directiva de otras empresas merecedoras de titulares no precisamente tranquilizadores como Tesla Motors.

Según Musk, la primera misión para enviar humanos a Marte podría ser en 2024 y hasta ha buscado emplazamiento para amartizar ―la palabreja esta no me la he inventado yo, es el vocablo paralelo de “aterrizar” pero en Marte―, es decir, ya tiene pensado dónde poner el aeropuerto marciano. Pero antes de amartizar hay que hace ensayos y comprobar si ese amartizaje ―la palabreja se las trae, pero tendremos que familiarizarnos con ella― es factible por parte de la nave.

Y eso es lo que hicieron en diciembre del año pasado. Mogollón de ingenieros, físicos teóricos y prácticos, matemáticos, astrónomos y bomberos se personaron en Boca Chica (Texas) el nueve de diciembre pasado. Los periodistas con sus cámaras en ristre también asistieron a la prueba del cohete que llevará viajeros a Marte.

El experimento pretendía averiguar si la nave podía realizar la maniobra de despegar, subir, girar y aterrizar ―ahora sí vale lo de aterrizar porque la prueba se hace en la Tierra―.

Las primeras fases del test fueron exitosas. La nave despegó, ¡bien!, luego subió hasta 12,5 km de altitud, ¡hurra!, luego giró para dirigirse de nuevo a tierra, ¡bien!, pero… hubo un “pequeño problemilla”, y es que al acercarse al suelo se desequilibró y se estrelló estallando con gran profusión de llamas y cascotes varios que salieron despedidos. Afortunadamente, el prototipo ensayado no llevaba tripulación (ni viajeros, claro) y no hubo que lamentar desgracias personales. También fue de agradecer que entre tanto ingeniero y físico sesudo estuviera una buena dotación de bomberos porque fueron los que realmente dieron el callo y se ganaron el sueldo.

Tras el fiasco de la prueba que, evidentemente, salió bastante mal, los dirigentes de la empresa no se cortaron un pelo y en un alarde de optimismo sin parangón dijeron que la prueba había sido un triunfo, aunque sin los resultados esperados. Con un par, sí señor.

El propio Elon Musk antes de la prueba había avisado a sus seguidores por Twitter que era probable que hubiera algún percance. Todo un profeta este Musk. Aun así, después del tremendo tortazo de la nave, el impulsor del proyecto interplanetario estaba encantado y llegó a decir: «La misión no ha salido perfecta, pero ha sido un éxito». Esto es tener una actitud positiva y más moral que el Alcoyano.

Después matizó sus declaraciones argumentando que el éxito se basaba en que habían aprendido mucho, especialmente en el tema del aterrizaje/amartizaje, algo que también le honra en honestidad y clarividencia porque hasta yo, que no tengo ni idea de física aeronáutica, me di cuenta de que, tal cual está la nave, lo de posarse en tierra (o en Marte) no lo hace bien.

Musk y sus colegas deberán ponerse las pilas y los ingenieros espabilar un poco porque con el espectáculo que se dio en Boca Chica, a ver quién es el guapo que convence a los posibles clientes de que viajen con ellos. No creo que haya ningún chalado (millonario) que ahora mismo quiera gastarse una pasta gansa en un viaje del que sabes no vas a llegar a destino.

Esperaremos a ver si mejoran las condiciones y en qué acaba este proyecto de mandar a gente a Marte en plan turista. No sé si habrá lista de espera y la oferta no pueda satisfacer la demanda. En cualquier caso, yo estoy por proponer que todos los alcaldes y mandamases que se apuntaron a vacunarse contra la Covid saltándose el turno lo hagan ahora para irse a Marte ―o a Júpiter que está más lejos―. Es más, yo propongo que se monten en la nave en la próxima prueba, a ver qué pasa.

 

NOTA: Seis días después de la publicación de esta entrada, la empresa Space X volvió a realizar otra prueba y con los mismos resultados: la nave explotó también al aterrizar. A lo que se ve no aprendieron mucho del primer experimento, al menos no mucho.

 


lunes, 4 de enero de 2021

Cuestión de sexo

 


Quien más, quien menos, sabe que el sexo tiene su importancia y forma parte de la vida. Todos nacemos con una dotación genética que nos hace hombres o mujeres, pero algunos a lo largo de su existencia deciden cambiárselo. Gente famosa y anónima se ha sometido a diferentes niveles de transformación para realizar ese cambio.

En esta publicación voy a citar algunos casos de mujeres que “se convirtieron” en hombres, pero no por una disforia de género sino porque ser mujer les impedía acceder a una preparación académica adecuada o simplemente realizar su profesión. Se podría decir que fueron trans de cara a la galería y forzadas por las circunstancias.

Hace unos meses se habló en este blog sobre el llamado Efecto Matilda que es el prejuicio en reconocer que un trabajo científico es obra de una mujer adjudicándoselo a un hombre (Efecto Matilda: ciencia y testosterona). Víctimas de este efecto fueron Trotula de Salerno a la que le cambiaron el sexo ya muerta, cuando sus escritos se los atribuyeron a un varón modificando, ya de paso, hasta el nombre por el de Trotulo, mucho más masculino.

Ben Barres también se cambió de sexo, en esta ocasión por voluntad propia y con todas las de la ley ―fue uno de los primeros científicos transgénero―. Ben fue Barbara sus primeros cuarenta y tres años de vida y cuando se transformó en hombre su carrera como neurocientífico sufrió un reconocimiento que en su vida como mujer nunca tuvo.

Las siguientes protagonistas también decidieron cambiar de sexo, aunque solo fuera de manera aparente, sin intervenciones quirúrgicas ni tratamientos hormonales.

En la Grecia de Hipócrates (siglo IV a.C), la asistencia a las parturientas ―antes, durante y después del parto― era cosa de mujeres, pero cuando los gobernantes de Atenas se dieron cuenta de que algunas se “extralimitaban” en sus funciones practicando abortos, decidieron castigar con pena de muerte a las mujeres que ejercieran la medicina.

A Hagnódice le preocupaba mucho la altísima tasa de mortalidad maternal y neonatal que se daba en los partos y quiso ponerle remedio, pero las leyes le impedían aprender. Ella, ni corta ni perezosa, se cortó el pelo, se vistió con ropa masculina y se fue a Alejandría porque en aquella ciudad de Egipto ―perteneciente por aquel entonces a Grecia― un prestigioso médico, Herófilo de Calcedonia, impartía clases de Medicina.

Consiguió lo que hoy sería un título en ginecología y montó una consulta, siempre haciéndose pasar por hombre, aunque a alguna de sus pacientes le confesó, de puertas adentro, que era realmente una mujer. Como tenía bastante éxito y la consulta llena, sus competidores quisieron quitársela de encima llevándola a juicio acusada de abusar sexualmente de sus pacientes y de violar a más de una.

Acorralada por tan grave acusación Hagnódice hubo de confesar (y mostrar) que era una mujer por lo que lo de los abusos y las violaciones quedaron anulados, pero le llegó otra acusación aún más grave: suplantación de identidad y ejercer la Medicina siendo mujer. Fue condenada a muerte, pero sus pacientes, viendo que se les iba la mejor ginecóloga que nunca habían visto, y también para evitar una injusticia muy grande, presionaron a los jueces ofreciéndose a morir con ella si era ejecutada. Al final la indultaron, y además las leyes se cambiaron para que pudiera ejercer su profesión sin engañifas ni disfraces.

Algunos historiadores creen que este final feliz es demasiado increíble y niegan la existencia de la propia Hagnódice alegando que es una alegoría y un mito mitológico (valga la redundancia) y que en realidad nunca existió.

El que sí existió, y hay pruebas fehacientes de su vida, fue el doctor James Barry, cirujano e inspector general de los hospitales de la armada británica en el siglo XIX. A Barry le caracterizaba una voz aflautada y una baja estatura (metro y medio, medía el pobre), dos características que no le impidieron destacar como un buen médico pero que sí fue motivo de burla entre sus colegas. Su calidad médica la demostró al pasar a la historia por realizar la primera cesárea en la que madre e hijo sobrevivieron ―hasta entonces la madre moría siempre que se practicaba una cesárea―. Muchos historiadores aceptan hoy en día que James en realidad se llamaba Margaret Ann y que ocultó su identidad para poder llegar a donde llegó profesionalmente.

El tercer y último protagonista de esta publicación se llama Enriqueta Favez. Nació en Lausana en los estertores del siglo XVIII y se casó con un soldado francés. Cuando pierde a su hijo en el parto y luego se queda viuda se marcha a París a estudiar medicina. Allí se disfraza de hombre porque como mujer no puede ni pisar las clases. Se hace médico y además militar, y como tal practica en el ejército en las campañas napoleónicas a lo largo y ancho del mundo. Se integró en su papel masculino tan bien que se casó con una mujer en Cuba y el matrimonio encima fue por la Iglesia. Sin embargo, una criada la vio desnuda y se chivó a las autoridades. Fue juzgada por un delito muy grave, aunque en este caso lo de ser médico fue lo de menos, lo grave era que se había casado con otra mujer y por la Iglesia. La metieron en la cárcel y posteriormente la expulsaron de los territorios del imperio español, acabando sus días en un convento de Nueva Orleans.

Hubo más casos de mujeres que se hicieron pasar por hombres movidas por otras cuestiones diferentes a la de estudiar medicina, pero siempre originadas por prohibiciones absurdas que vedaban a las féminas el acceso a lugares que la sociedad establecía exclusivos de los hombres.

Estas valientes no se cortaron un pelo y siguieron, de un modo algo torticero, el axioma de «Si no puedes con tu enemigo, únete a él».