Estas semanas están siendo extrañas en muchos
aspectos: confinamiento en casa, calles desiertas, etc. Pero yo me voy a
centrar en uno que me resulta excepcional por lo raro, raro: mucha gente se ha
dado cuenta de lo importante y lo necesaria que es la labor de los científicos.
De repente, y como si de una revelación divina se tratara, algunos se han
fijado que esos locos científicos con sus batas y sus laboratorios tienen un
papel transcendental en la sociedad: cuidar de la salud.
Y qué importante es, porque sin salud, no hay nada o
de nada sirve todo lo demás: la economía, la prosperidad, el prestigio… nada.
La búsqueda desesperada de una vacuna o de un
tratamiento para enfrentarse a la pandemia del Covid-19 ha subido al pódium de
la atención mediática a los investigadores científicos. Esto podría considerarse
como algo positivo, pero no es así, algunos sectores ya están criticando la ‘lentitud’
y es una muestra de que desconocen en qué consiste la investigación.
Vivimos en una sociedad donde la inmediatez lo
preside todo. Las noticias se ponen en circulación en el momento mismo de
darse, con un clic enviamos un mensaje a la otra punta del mundo para ser
recibido unos segundos después, si queremos comprar algo basta con hacer otro
clic y en unas pocas horas nos lo traen a la puerta de casa. Nos hemos acostumbrado
a tenerlo casi todo y en el momento, la paciencia es una virtud en desuso y casi
desconocida.
No todo se puede hacer rápidamente y al instante. Algunas
cosas requieren su tiempo y su ritmo, como, por ejemplo, la investigación
científica. Y eso que la situación actual ha acelerado hasta procesos que
normalmente son más lentos. Para un profano puede parecer que no se avanza en
el tema ‘coronavirus’ pero puedo asegurar que lo que se ha hecho hasta ahora es
inaudito.
En febrero ya empezaron a salir las primeras
publicaciones chinas sobre datos de un virus desconocido dos meses antes, y ya
solo el mero hecho de que esos artículos estén en las revistas es algo
excepcional. Yo, normalmente, tardo de mes a mes y medio en escribir un
artículo, y por escribir me refiero no solo a la redacción sino a cuantificar
los datos, ponerlos en orden, hacer las estadísticas y plasmar resultados en
forma de tablas, gráficas y figuras que visualicen esos datos. Eso en cuanto a
escribir, que luego está lo de publicar, aunque en el caso de los chinos y dado
que el tema era candente, eso estaba hecho de antemano.
La secuenciación del material genético fue también
muy rápida, algo que hizo que estuvieran disponibles test de identificación,
los famosos PCR (Polymerase Chain Reaction, en inglés; y en castellano llano, reacción
en cadena de la polimerasa) *. Saber cómo es la información genética del virus
en realidad puede no tener demasiada complejidad, porque estas ‘cosas’ (desde
hace unos años, y aunque hay voces disonantes, se ha decidido que los virus no
son seres vivos) * son muy simples y la cadena de nucleótidos (perdón por la
palabreja) suele ser muy corta. Pero, precisamente, en esa simplicidad radica
lo difícil que es acabar con ellos: no tienen muchos puntos débiles (tampoco
fuertes), sencillamente es que no hay muchos lugares donde atizarles para
mandarlos a hacer puñetas. Aunque, a este respecto hay un punto positivo: cuanto
más simple es el virus, menos probabilidad tiene de que mute o de que esa
mutación sea decisiva (esto viene bien para hacer una vacuna definitiva o fija)
*
Otro cantar es lo de saber cómo es la cubierta
proteica que caracteriza a los coronavirus. Aun así, se averiguó en un tiempo
récord la estructura por la que el Covid-19 atacaba a las células y la manera
de introducirse en ellas. Una información que puede ser clave para encontrar
fármacos específicos y, por tanto, eficaces.
Pero encontrar un fármaco específico, es decir, uno diseñado
exclusivamente para combatir este coronavirus del demonio, son palabras mayores.
Eso no se consigue de un día para otro. Diseñar una molécula no es algo que se
haga como quien diseña un vestido o los planos de una casa. Una cosa es lo que
se hace sobre el papel y otra llevarlo a la realidad. Los átomos o las estructuras
moleculares no se forman a nuestro antojo, por mucho empeño e ilusión que uno
le ponga.
Además, en el caso de que se encontrara esa molécula
(o conjunto de moléculas), que pudiera atacar al Covid-19 con intencionalidad y
alevosía, habría que comprobar también si ataca a las células del paciente que
se pretende curar, porque lo mismo también es nociva, con lo que saldríamos de
Guatemala para entrar en Guatepeor.
¿Qué implicaría, entonces, crear una molécula (fármaco)
nueva? Habría que hacer experimentaciones en humanos, y esto es largo, largo,
largo. No voy a entrar en detalles para no aburrir, pero establecer que un
fármaco es seguro es un proceso que puede durar años, incluso en situaciones
desesperadas como esta pandemia.
Por eso se está trabajando también en fármacos ya
disponibles, porque esos ya han demostrado que son “seguros” o que los riesgos
a nivel de dosis y situaciones concretas de sectores poblacionales ya se
conocen. Tan solo quedaría comprobar si son eficaces con este virus, ensayando
en pacientes (voluntarios) infectados más o menos graves, algo que, por
desgracia hay mogollón.
Aun así, la experimentación es compleja, porque para
estar seguros de la eficacia hay que hacer ensayos con grupos control
(pacientes a los que no se les da la medicación a ensayar) y grupos
experimentales (pacientes a los que se les administra el fármaco en prueba).
Pero no solo eso, el estudio ha de ser también de ‘doble ciego’.
Un ensayo de ‘doble ciego’ busca eliminar el efecto
placebo y la predisposición del investigador. En resumen, se busca asegurarse
que el paciente no está condicionado al saber que le están tratando y que el
investigador no va a interpretar favorablemente los resultados (especialmente
si son muy débiles, que suele ocurrir) en un afán de conseguir algo bueno.
¿Cómo se consigue este ‘doble-ciego’? No, no consiste en taparles los ojos ni a
pacientes ni a investigadores. Lo que se hace es ocultar a unos y a otros quiénes
son grupos control y quiénes son grupos experimentales. Al final del estudio, y
con los datos analizados lo más imparcialmente posible, los investigadores
saben qué pacientes fueron control y cuáles no.
Si esto ya parece un trabajo complicado y que
requiere procesos rigurosos (elegir qué pacientes estarán en el control y
cuáles en el experimental también tiene miga y mucho curro), además, y para
añadir tarea al asunto, el número de individuos ha de ser muy grande para que
los resultados sean concluyentes desde un punto de vista estadístico. No es lo
mismo tratar a 10 personas donde se curan 8, que tratar a 200000 donde se curan
160000, aunque en los dos casos salga el 80%. Tampoco me voy a poner técnica,
pero a este respecto se barajan dos términos que en investigación traen muchos
quebraderos de cabeza (yo he tenido más de una migraña a cuenta de ellos): el
poder estadístico (si es alto, genial) y el error alfa (si es alto, chungo).
Además, estamos hablando de pacientes que “se curan”,
pero no siempre los resultados son tan claros. No todo es blanco o negro. La mayoría
de las veces, los resultados son un punto intermedio. Y aquí viene otro término
que también da migrañas y, en mi caso, ideas de suicidio: la significación
estadística (esto ya lo expliqué en su día, así que el que quiera repasar que clique
AQUÍ).
Si el tema ‘fármaco’ es laborioso y por tanto largo,
lo de la vacuna ya es de esperar más pacientemente. Como esta publicación se
está alargando, solo añadiré que elaborar una vacuna tiene su enjundia, porque
a todo lo anteriormente descrito (elaboración*, seguridad, efectividad
comprobada, etc.), hay que saber qué tipo de inmunidad* confiere y eso solo se
puede ver con el paso del tiempo.
Todos estos procesos podrían acortarse si hubiera
una investigación base bien desarrollada, es decir, un terreno abonado que
pillara a los científicos con parte del trabajo hecho. Sí, este virus es nuevo,
pero es primo hermano de otro que apareció en 2003 y que el Centro Nacional de Biotecnología
(CNB) del CSIC, comenzó a estudiar para conocerlo mejor, pero se abandonó esa
línea de investigación porque el brote desapareció y porque la crisis del 2008
le dio un mamporrazo en forma de recortes draconianos a la investigación en
general y a la de los coronavirus en particular. Me pregunto si tendríamos ya
una vacuna o un antiviral de haber permitido al CNB seguir investigando.
Así que, a los impacientes que andan diciendo que
los científicos se están tomando esto con demasiada calma les diría que se
tranquilicen. En una hora no se ganó Zamora.
(*) Estos conceptos se explicarán en otra
publicación del blog.