Parece que debemos rendirnos a la evidencia de que un sector de la
población está más receptivo a aceptar la cantinela de cualquier cantamañanas
que se suba a un púlpito en lugar de seguir los consejos de quienes están
capacitados para hablar sobre ciertos temas.
Sin ánimo de considerarme entre estos últimos no renuncio a aportar mi
granito de arena en algunos terrenos donde veo que el personal se dispersa y se
deja llevar por informaciones que no son rigurosas.
Hoy me voy a centrar en un tema polémico (aunque, bien mirado, polémica
no tiene mucha porque la evidencia científica canta y ahí está): los alimentos
transgénicos.
Quien más, quien menos, ha oído hablar de los transgénicos, pero
¿sabemos realmente qué son?
Hace unos años, hice un máster sobre Ciencias Farmacéuticas, en la
asignatura «Nuevos alimentos» realicé una exposición sobre el riesgo percibido
ante los transgénicos. En dicho trabajo evalué, mediante unas encuestas, qué conocimiento
tenía la población sobre los transgénicos. Para no aburrir al personal resumiré
que la mayoría percibía los alimentos transgénicos como poco recomendables,
aunque, cuando se les preguntaba por qué, no sabían dar razones.
Vamos a definir primero qué es un transgénico o, lo que es lo mismo, un
organismo modificado genéticamente.
Según la directiva de 2001 de la Comunidad Europea, un
Organismo Modificado Genéticamente, OMG para abreviar, es un organismo cuyo
material genético ha sido modificado mediante biotecnología, de una manera que
no se produce naturalmente en el apareamiento ni en la recombinación natural.
Si nos fijamos en esta definición hay varios conceptos
interesantes: «naturalmente», «apareamiento» y «recombinación natural». Esto nos viene a decir que en la naturaleza y
en la reproducción «ordinaria» pueden darse modificaciones genéticas. Porque un
organismo puede tener material genético de otra especie de MANERA NATURAL, o de
manera ARTIFICIAL, pero sin utilizar ingeniería genética, aunque en estos casos
ya no se trataría de un OMG sino de un híbrido.
Desde antes incluso de conocer la existencia de los genes, los agricultores
y los ganaderos «mezclaban» especies entre sí para obtener mejoras en el
resultado. A veces, esas «mezclas» eran espontáneas, no dirigidas por la mano
del hombre. En cualquier caso, si el resultado era un trigo más nutritivo o
resistente a la meteorología o una oveja que producía más leche, el agricultor
o el ganadero, se quedaba con esa «nueva» especie porque le rentaba más. Pura lógica.
Es decir, la modificación genética se lleva utilizando desde hace siglos
y nadie ha cuestionado la idoneidad del producto resultante, sin embargo,
cuando esa modificación se hace en un laboratorio a algunos se les encienden
las alarmas y se echan a temblar. ¿Por qué?
Ciertos sectores son anti-transgénicos por ideología o por postureo, una
servidora no lo tiene muy claro (y algunos anti-transgénicos, me temo, tampoco).
Los argumentos para oponerse a este tipo de alimentos son de lo más variado y
hasta peregrinos.
Los ecologistas aducen que los transgénicos atentan contra la biodiversidad,
sin embargo, desde el Neolítico, cuando el ser humano comenzó a desarrollar la
agricultura y la ganadería, se han estado seleccionando
las especies que eran más rentables, apartando o descartando las que no
convenían. Es ley de supervivencia y sentido común. Por muy ecológico que pueda
resultar nadie va a cultivar un centeno que se malogra ante la falta de lluvia
mientras que hay otro que resiste mejor la sequía. Igual se ha hecho con los
animales, se seleccionan los mejores ejemplares y se emplean para aparearlos
asegurando que su descendencia sea la que prevalezca. En estas técnicas se
fundamenta el éxito de la agricultura y de la ganadería y en estas, a su vez,
se basa el florecimiento de la civilización.
Abandonando las objeciones de algunos ecologistas por falta de
fundamento vamos a hablar de seguridad.
Como ya se ha visto, las modificaciones genéticas en los alimentos
(vegetales y animales) fuera del laboratorio se dan desde hace milenios, bien
espontáneamente, bien a propósito. Nadie teme comerse un limón común cuando
este fruto es el resultado del cruce entre un limonero francés y un naranjo
amargo. La cosa se tuerce cuando nos dicen que ese cambio genético se da en un
laboratorio, ahí el personal recela.
La diferencia entre conseguir una modificación genética en un «tubo de
ensayo» o de manera «natural» estriba en el tiempo que se invierte para que
dicho cambie se dé. El resultado es el mismo: una mejora en el producto final
tanto a nivel de calidad como de productividad.
El arroz bomba es un producto transgénico que, al tener menos cantidad
de amilopectina y más de amilosa, le da unas características sensoriales y
culinarias especiales; el éxito de la cerveza Carlsberg radica en que su
fundador desarrolló una variedad de levadura
especial responsable del color dorado característico de esa marca; el «Golden rice»
es un arroz enriquecido con betacarotenos (precursores de la vitamina A) en su
parte comestible protegiendo de enfermedades oculares a poblaciones orientales donde
el arroz es la base de su alimentación.
Trigos modificados genéticamente producen el doble de grano en una misma
superficie y necesitan menor aporte de agua consiguiendo que las cosechas sean
más productivas y logrando que poblaciones enteras escapen a la hambruna que
una temporada con falta de lluvia podría acarrear.
Aun así, sigue habiendo detractores de este tipo de alimentos. La suspicacia
de la población ha hecho que los transgénicos sean evaluados de manera más
exhaustiva que un alimento «normal» siendo sometidos a muchos más controles por
lo que se puede decir que son mucho más seguros.
Otra cuestión, no menos importante, sería la ética profesional y el
supuesto abuso con las semillas patentadas por grandes multinacionales. Como quiero
centrarme en la seguridad alimentaria no voy a entrar en detalles, pero tan solo
apuntaré que las semillas de los alimentos transgénicos, en su mayoría, pueden
cultivarse, y que los contratos leoninos que deben firmar los agricultores de
países empobrecidos no son tales (aunque hay excepciones).
Entre los sectores remisos no solo está la población, también hay países
que, institucionalmente, cuestionan la seguridad de estos alimentos negándose a
consumirlos. En la Unión Europea los adalides de esta postura son Austria, Hungría
y Francia. En este último país es especialmente llamativa su preocupación por
la seguridad de sus habitantes con este tema cuando es un firme defensor de la
energía nuclear y de la homeopatía. Mucha preocupación y poca coherencia.
Los alimentos transgénicos no solo son seguros, además se presentan como
la alternativa a la deriva de la humanidad. Vivimos en un planeta finito, la
superficie no crece (al contrario, gracias al cambio climático cada vez hay
menos área cultivable) pero el número de habitantes no para de crecer, ocho mil
millones. Si queremos comer todos vamos a tener que ponernos las pilas y en los
laboratorios de biotecnología puede hallarse una de las claves para sobrevivir.
¿Transgénicos?
Sí, gracias.