miércoles, 24 de septiembre de 2025

Francisco José Sánchez Muniz: el profesor alegre.

 



Hoy en «Esos locos científicos» rindo homenaje a un farmacéutico maravilloso. Todos los que han pasado por esta sección lo han hecho por méritos propios, y el protagonista de hoy no es una excepción, pero tiene una característica que lo diferencia de todos los demás: mi vinculación personal con él, porque una servidora tuvo la fortuna de conocerlo y compartir experiencias.

Antes de entrar en vínculos y vivencias directas, hablemos de la trayectoria vital y profesional de este farmacéutico.

Francisco José Sánchez Muniz nace el 19 de marzo de 1950 en Huelva. Su padre es un farmacéutico con una oficina de farmacia y un laboratorio de análisis clínicos. Francisco José es el mediano de tres hermanos. Estudia el bachillerato en el colegio Cristóbal Colón de los Hermanos Maristas de Huelva. El curso preuniversitario lo realiza en la Academia Krahe de Madrid.

Parece ser que la profesión de su padre influye en la elección de la carrera a estudiar y se matricula en la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid. Sin embargo, sus intereses van encaminados a otro campo distinto del paterno, Francisco José se decanta por la investigación.

Compagina los estudios universitarios con su afición por la música e ingresa en la Tuna de la Facultad de Farmacia. En esta época organiza con otros estudiantes la Agrupación Musical Arcipreste de Hita. La afición por cantar y tocar la guitarra le acompañará toda su vida.

En 1975 consigue el título de doctor con la máxima calificación y se integra en el departamento de Fisiología de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid. Durante unos años parece que su lugar está en el campo de la fisiología. Sin embargo, sus estudios sobre el aceite de oliva le redirigen al mundo de la nutrición, obteniendo la cátedra de Nutrición en la misma facultad. En este ámbito será donde desarrolle definitivamente su labor investigadora y académica.

         También funda una familia. Se casa con Sara y tienen dos hijos, Kiko y Miguel.

Su investigación se centra en el papel de la nutrición y su influencia en la aparición de enfermedades degenerativas y cardiovasculares. Con el discurrir de los años se labra un prestigio y reconocimiento que lo llevan a alcanzar los más altos honores. Compagina su labor docente con la investigadora, dirige tesis doctorales, forma parte de comités científicos, se convierte en académico de número de la Real Academia Nacional de Farmacia… Si pretendiera poner aquí toda la trayectoria profesional de este fantástico profesor necesitaría muchas páginas.

Francisco José nos abandona el 11 de junio de 2025 repentinamente, dejando en la más devastadora desolación a cuantos le trataron y conocieron.

 

Hasta aquí la presentación formal del protagonista de hoy en «Demencia, la madre de la Ciencia»

 


Los que me soléis leer, sabéis que este espacio tiene un enfoque distinto, cuando hablo de un científico no solo me centro en sus logros profesionales. Me gusta ir más allá. Si aparece un científico por aquí es por algo más.

En esta ocasión, el vínculo es especial porque tuve la suerte de conocer personalmente a quien protagoniza esta publicación. Fue mi director de tesis. Y por esa relación tan directa me voy a permitir, a partir de aquí, llamarle Paco cuando me refiera a él.

Conocí a Paco en el año 2011, casi de rebote. Yo estudié farmacia en la Universidad de Alcalá, por lo que no lo tuve de profesor durante mi formación académica (bien que lo lamento). Una compañera de la universidad me lo presentó, y me incluyó en un estudio nutricional que por aquel entonces se iniciaba en colaboración con el CSIC. Durante casi seis años trabajé con él en la realización de mi tesis. Aprendí muchísimo, de hecho, todo lo que sé de investigación y todos mis logros en ese ámbito se los debo a él.

Aún recuerdo el primer día que lo vi. Sabía que era el catedrático de Nutrición y, basándome en mi pobre experiencia en el trato con personas tan distinguidas, estaba en la idea de que sería alguien súper serio y algo estirado. Nada más verme, me soltó un chiste con el gracejo andaluz que siempre le caracterizó. «Para ser todo un señor catedrático, menuda guasa se gasta.» me dije, «Esto pinta bien». Aquel inicio en nuestra relación fue toda una declaración de intenciones porque si algo define a Paco es la palabra «alegría».

Tras ese chiste vinieron muchos más, los que estuvo contándome durante los 14 años en los que compartí con él experiencias, no solo académicas, que esas fueron las del principio.

Imposible enumerar las veces que me dejó con la boca abierta ante su sabiduría. Paco no poseía un cerebro como el de los demás mortales, dentro del cráneo tenía una CPU Intel Core 7, donde almacenaba toda la información que luego nos regalaba a los demás en forma de explicaciones amenas y asequibles.

Con él aprendí qué es investigar. Antes de conocerlo, de la investigación me atraía el cacharreo del laboratorio, el trajinar entre matraces y buretas. Bajo su dirección me di cuenta de que la investigación es lo que viene después de la parte experimental: analizar los datos, dar significado a los resultados y extraer conclusiones. En esto, Paco era el number one. Un crack.

Era un entusiasta de su trabajo, y ese entusiasmo nos lo contagiaba a los demás. Amaba y nos hizo amar la nutrición. Exigente con todos (consigo mismo mucho más), pero también comprensivo, dispuesto a dar aliento y ánimo. El día que defendí mi tesis, después del fallo del tribunal y ante una copita de vino español, Paco, como mi director, me dedicó unas palabras. Utilizó un símil taurino para definirme, algo así como que me enfrentaba al toro (léase la tesis) de frente y sabía utilizar el capote con habilidad (léase resolver todas las dificultades surgidas al enviar los artículos a las revistas). Fue tan bonito lo que dijo y con tanta pasión que yo, que no me gusta la tauromaquia, estuve a punto de abonarme a todas las corridas de toros de Las Ventas. Así era Paco.

Entre mis colegas de la universidad, cuando hablábamos de las preguntas peliagudas que a veces nos hacen los alumnos, yo solía bromear diciéndoles que ese tipo de situaciones no me preocupaban porque yo tenía mi tratado de nutrición personal, es decir, cuando no sabía contestar a alguna cuestión de un estudiante, le mandaba un mensaje a Paco y en dos minutos el tema estaba resuelto. Tengo algunos audios suyos que son auténticas clases magistrales. No sé qué voy a hacer ahora. He perdido un referente en mi labor profesional.

La etimología de la palabra «alumno» es «persona que se nutre». Todos fuimos alumnos, de una manera u otra, de Paco y él, además de darnos lecciones de Nutrición y Salud, nos alimentó con su sabiduría haciéndonos mejores y más sanos intelectualmente.

Pero, no solo he perdido a un mentor, también a un amigo. Y esta ausencia es la más dura de sobrellevar. Porque, al final de la tesis, vino la amistad, y eso sí que me honra y me enorgullece aún más. Fuera del ámbito universitario descubrimos que compartíamos la afición por escribir. Llevo a gala que fui de las primeras personas que le animó a compartir sus escritos, bien en forma de poemas o de cuentos más o menos cortos.

Hemos publicado juntos artículos científicos fruto de ese trabajo en común en la investigación, pero lo que más me ilusiona ha sido compartir espacio literario con él en algunas antologías de relatos: «Moldeando palabras» y «Arcanum Fabulis» con la asociación Alfareros del Lenguaje, y «Decamerón del siglo XXI» con el colectivo Bremen. Paco, tras estos primeros pasos en el mundo de la literatura, inició el vuelo en solitario y nos deslumbró con dos obras maravillosas: «Cuentos del Espejo de Agua» y el poemario «La vida un camino»; en este último se pueden leer algunos versos casi premonitorios donde habla de la muerte y la vida sin él.

No sé si Paco, poseedor de una mente privilegiada, intuía su partida prematura. Yo no. El golpe de saber que ya no está con nosotros ha sido tan fuerte que apenas puedo escribir esto sin que las lágrimas acudan a mis ojos.

Paco se ha ido y muchos nos hemos quedado huérfanos.

Dicen que en el Parnaso habitan las Musas, que allí está la cuna de la poesía, la música y el saber. Seguro que Paco anda por allí. O quizás lo podamos encontrar en la línea del horizonte durante el ocaso, en esas puestas de sol que tanto amaba contemplar en su refugio personal, el Portil de Huelva.

Sea como fuere, donde quiera que esté andará repartiendo alegría. Y, casi seguro, contando chistes.

 


«Hoy he volado más allá de las colinas de poniente. Se diría que el viento me empujó suave pero firme, hasta donde nunca antes había llegado.»

Francisco José Sánchez Muniz

Aprendiz (Decamerón del siglo XXI)

 





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